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Semillas que brotan en el infierno

Proponemos un segundo artículo de la pagina web en italiano Il Rovescio como aportación al análisis de la guerra permanente del capitalismo y su forma colonialista. El texto analiza el colonialismo de asentamiento histórico mirándolo a través del genocidio en Gaza. Traducción de Nodo Solidale.

Vladimir Žabotinskij, fundador de la organización paramilitar sionista Irgun, lo admitía sin rodeos: «[Los palestinos] miraban a Palestina con el mismo amor instintivo y el mismo fervor con que cualquier azteca miraba a su México o cualquier sioux miraba a su pradera». El colonialismo sionista ha hecho todo lo posible por borrar esos paralelismos históricos. Pero el horror de Gaza nos permite ver en directo —equipados con todos los medios que el complejo científico-militar-industrial ha desarrollado entretanto— el exterminio de los nativos americanos o de los aborígenes de Australia.

Por eso es tan vertiginoso como necesario elaborar y poner en práctica una concepción de la historia more Gaza demonstrata.

Tomemos la conocida frase del historiador Patrick Wolfe (a quien debemos algunos de los estudios más precisos sobre el colonialismo de asentamiento): «La invasión colonial de una tierra para crear asentamientos es una estructura, no un acontecimiento». (De lo que se deduce el corolario: «La eliminación de los nativos es un principio organizativo»). Esta estructura hace que en 2025 siga siendo operativa la justificación jurídica de la expropiación colonial proporcionada en 1689 por John Locke (Segundo tratado sobre el gobierno): el propietario de la tierra no es quien reside en ella, sino quien la aprovecha. Definir como tierra de nadie (terra nullius) los entornos habitados por las poblaciones nativas es la piedra angular del asentamiento colonial. No se trata de un acontecimiento, precisamente, sino de una estructura. Tanto es así que las leyes sobre la terra nullius no fueron derogadas en Australia hasta 1992, cuando la tarea ya estaba prácticamente concluida. La expropiación no se llevó a cabo solo mediante la coacción física, sino también mediante contratos comerciales y tratados legales. Lo mismo ocurre con la colonización sionista: «La arquitectura de desplazamiento del régimen israelí utiliza muchos métodos diferentes, pero todos tienen un único objetivo: controlar la mayor cantidad de tierra posible manteniendo dentro la menor cantidad posible de palestinos, sin activar las alarmas internacionales, ya sea mediante la invención de «disputas inmobiliarias», la demolición de casas construidas «sin autorización», robando tierras y declarándolas «zonas militares», «yacimientos arqueológicos», «reserva natural» o «propiedad del Estado»; o simplemente frenando el crecimiento de las comunidades palestinas aislándolas y cortando sus vínculos económicos y sociales con las ciudades vecinas. El proyecto sionista ya ha creado las narrativas para legalizar y justificar la sustitución del nativo por el colono» (Mohammed El-Kurd, Vittime perfette e la politica del gradimento, Fandango, Roma, 2025). La famosa frase de Kafka —«las cadenas de la humanidad torturada están hechas de papel protocolo»— se aplica especialmente a las colonias. Es el soberano —en la era moderna, el Estado— quien decide quién es el legítimo propietario de la tierra. El Estado, producto y garante de la expropiación de tierras, revela precisamente en los colonialismos de asentamiento la relación de implicación recíproca entre la violencia extralegal y la extensión del imperio de la ley: la segunda consagra la primera, ocultándola. No es casualidad que el Estado sionista, único colonialismo de asentamiento que ha quedado inconcluso —una inconclusión que se llama resistencia palestina—, sea el único Estado del mundo que no tiene fronteras definidas. Cuanta más tierra se arrebata por la fuerza a los palestinos, más se expande el Estado israelí, con su jurisdicción correspondiente. «El colonialismo es el ladrón y, al mismo tiempo, el policía, que comete el delito y lo legaliza» (Mohammed El-Kurd). La relación que las leyes de Tel Aviv tienen con las acciones extralegales de los colonos contra los palestinos es la misma que las de Washington tenían con los robos y las matanzas cometidos por los cowboys contra los nativos americanos. Ni las «leyes fundamentales» de Israel ni la Constitución de los Estados Unidos admiten oficialmente el incendio de aldeas y la expulsión armada de sus habitantes por parte de ciudadanos particulares, pero lo que llamamos «Estado de Israel» y «Estados Unidos de América» no son más que la legalización de esas violencias. Cuanto más tiempo pasa, más se convierte el hecho consumado en un hecho jurídico. La diferencia entre los dos contextos es que, en el caso del sionismo, su «genocidio incremental» («la eliminación del nativo como principio organizativo») sigue en curso, mientras que la violencia contra los nativos americanos ha concluido, es decir, ha sido sancionada y ocultada.

El llamado «plan Trump» reconoce que el aliado sionista ha sufrido una amarga derrota (el intercambio de 2000 prisioneros palestinos por 20 prisioneros israelíes es la manifestación más inmediata y evidente). Así pues, el «principio organizativo» (anexionar la mayor cantidad de territorio palestino con la menor cantidad posible de palestinos) recurre a otros medios. Ese derecho legal de propiedad que suele servir para justificar a posteriori la expropiación violenta de tierras se convierte ahora en un requisito previo para futuras expropiaciones. He aquí, bien resumido, el mecanismo: «Las Naciones Unidas estiman que, después del 7 de octubre de 2023, casi dos millones de habitantes de Gaza han sido desplazados. En esencia, el 90 % de la población palestina ha tenido que abandonar sus hogares, o lo poco que queda de ellos. Para reclamar la propiedad de las tierras que han abandonado, deberían disponer de un título que los legitimara.

«El problema es que, en Palestina, especialmente en los territorios ocupados, el porcentaje de tierras e inmuebles debidamente registrados es, como mínimo, escaso. Israel siempre ha complicado los procedimientos de validación de los títulos de propiedad. […] El resultado es fácil de imaginar: los palestinos evacuados de Gaza y de otros territorios ocupados no podrán reclamar la propiedad de los terrenos seleccionados para la reactivación económica de la zona. […] Quizás los más disciplinados puedan servir en las mesas de los futuros complejos turísticos propiedad de los invasores» (Emiliano Brancaccio, Palestinos esclavos modernos: expropiados y convertidos en vagabundos, «il manifesto», 30 de septiembre de 2025).

Si queremos una imagen de brutal claridad sobre la relación entre la violencia y el derecho de propiedad, y sobre cómo el tecno-capitalismo borra la historia para imponer a los seres humanos vivir en una especie de obra permanente, aquí la tenemos: un poder construido en unas décadas anuncia la construcción de una «Nueva Gaza» sobre la milenaria que ha arrasado en veinticuatro meses.

El «plan de paz» está impulsado por la conciencia ubuesca de que la única manera de demoler incluso las ruinas es «equilibrarlas con edificios bonitos y bien ordenados». No solo complejos turísticos de lujo, sino también y sobre todo polos tecnológicos, gracias a los cuales transformar en un modelo internacional la «nación start-up»: el mundo-obra, el mundo-laboratorio. Como ha sido bien documentado (por ejemplo: https://merip.org/ 2025/10/the-military-backbone-of-normalization/), de hecho, la razón principal por la que casi todos los países árabes están a favor de este plan colonial y esclavista no es tanto y solo el negocio inmobiliario que se avecina, o una conveniencia política genérica, sino la voluntad de reforzar sus respectivos complejos científico-militares-industriales. Desde este punto de vista, la experiencia sobre el terreno de Israel en materia de vigilancia masiva, fusión civil-militar y guerra cibernética no tiene rival. Al reunir diferentes épocas en el mismo espacio-tiempo, el colonialismo inteligente actualiza continuamente las tres alianzas más funestas de la historia: «tinta, técnica y muerte» (Karl Kraus); «dinero, maquinaria y álgebra» (Simone Weil); «Estado, ciencia e industria» (Jean-Marc Royer). En un escenario de guerra mundial, de trastornos medioambientales y de políticas de «racionamiento» del acceso a bienes, servicios o zonas geográficas, todos los poderes quieren comprar un know-how similar. Mientras que el transhumanismo de derecha e izquierda quiere hacernos creer que se puede vivir en las nubes (cloud), Gaza pone al descubierto que el desarrollo tecno-militar es el brazo armado de la expropiación de la tierra, producto y al mismo tiempo gendarme de esa larga «guerra contra la subsistencia» (Ivan Illich) que es la modernidad capitalista industrial.

Mientras que en esa franja de tierra «se rompe el mito de la invencibilidad colonial», estar del lado de la resistencia palestina no significa situarse de forma autocomplaciente «en el lado correcto de la historia», sino elegir su parte maldita, sus «clases aniquiladas», sus «semillas capaces de germinar en el infierno».

«El eslogan Todos somos palestinos debe abandonar la metáfora y manifestarse materialmente. Porque Gaza no puede luchar sola contra el imperio. […] Somos, sin lugar a dudas, sujetos de conquista y colonización, pero también somos mucho más. En cada giro de nuestra sangrienta historia, hemos sido brutalizados, huérfanos de nuestros seres queridos, expropiados, exiliados, hambrientos, masacrados y encarcelados, pero nos hemos negado, para gran consternación del mundo, a someternos. Por cada masacre e invasión, ha habido y hay hombres y mujeres que empuñan armas, tanto artesanales como sofisticadas —cócteles molotov, rifles, hondas, cohetes— para luchar. Siempre ha habido lucha, siempre han florecido los jazmines» (Mohammed El-Kurd).

Del método Yakarta al método Gaza

Proponemos el primero de dos artículos de la pagina web in italiano Il Rovescio como aportación al análisis de la feroz fase actual e histórica del capitalismo, entendido como un sistema de guerra perenne. El texto fue escrito para lectores italianos, hay algunas referencias especificas a la historia de este país, sin embargo sentimos que su lectura aporta mucho para una mirada critica internacionalista. Traducción de Nodo Solidale.

Del Método Yakarta al Método Gaza

En 2021 se publicó en Italia, traducido por Einaudi, un libro importante que, al menos en los círculos subversivos, pasó prácticamente desapercibido. Se trata de Il Metodo Giacarta. La cruzada anticomunista de Washington y el programa de asesinatos en masa que han moldeado nuestro presente. En este texto, el periodista californiano Vincent Bevins demuestra, de forma amplia y precisa, que el golpe de Estado llevado a cabo en Indonesia en 1965 con el apoyo Estados Unidos fue un episodio central de la Guerra Fría porque representó, precisamente, un método.

Leer el libro de Bevins mientras se está llevando a cabo el genocidio del pueblo palestino elimina toda distancia histórica de la lectura, lanzándonos al presente.

El método Yakarta

«Entre 1954 y 1990 surgió en todo el mundo una red informal de programas anticomunistas de exterminio apoyados por Estados Unidos que cometió asesinatos en masa en al menos veintitrés países. No hubo un plan general, ni una sala de control en la que se orquestara todo, pero creo que los programas de exterminio en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Corea del Sur, El Salvador, Filipinas, Guatemala, Honduras, Indonesia, Irak, México, Nicaragua, Paraguay, Sri Lanka, Sudán, Taiwán, Tailandia, Timor Oriental, Uruguay, Venezuela y Vietnam estaban relacionados entre sí y desempeñaron un papel crucial en la Guerra Fría. (Y no incluyo las intervenciones militares directas ni a los inocentes que perdieron la vida en la guerra como «daños colaterales»). Los hombres que ejecutaron intencionadamente a disidentes y civiles indefensos aprendían unos de otros; adoptaban métodos ya aplicados en otros países; a veces incluso llamaban a sus operaciones como otros programas que querían emular. He encontrado pruebas que vinculan indirectamente la metáfora «Yakarta», tomada del mayor y más importante de estos programas, con al menos once países (doce, si tenemos en cuenta Sri Lanka, donde el Gobierno aplicó lo que denominó «solución indonesia»). Pero incluso los regímenes que nunca se vieron influenciados por este lenguaje particular habían visto muy claramente lo que había hecho el ejército indonesio y el éxito y el prestigio que sus acciones habían aportado a su país en Occidente. Y aunque algunos de estos programas se llevaron a cabo de forma deficiente y arrasaron con espectadores inocentes que no representaban ninguna amenaza, en realidad lograron eliminar a los verdaderos opositores al proyecto global liderado por Estados Unidos. Una vez más, Indonesia es el ejemplo más importante. Sin el exterminio del PKI [Partido Comunista Indonesio], el país no habría pasado de Sukarno a Suharto. Incluso en los países donde el destino de los gobiernos no estaba en juego, los asesinatos en masa mostraban lo que le sucedería a quienes se resistieran: una forma eficaz de terror de Estado que también se aplicó en las regiones circundantes. [] Quiero afirmar que esta red informal de programas de exterminio, organizada y justificada por principios anticomunistas, desempeñó un papel muy importante en la victoria de los Estados Unidos y que esa violencia ha influido profundamente en el mundo en el que vivimos hoy».

Una eficacia despiadada

«Indonesia se convirtió realmente en un «socio dócil y complaciente» de Estados Unidos, lo que explica por qué hoy en día tantos estadounidenses apenas han oído hablar de ese país. Pero en aquella época las cosas eran muy diferentes. La aniquilación del tercer partido comunista del mundo y el surgimiento de una dictadura fanáticamente anticomunista sacudieron violentamente a Indonesia y provocaron un tsunami que llegó a casi todos los rincones del mundo. A largo plazo, la forma de la economía global cambió para siempre. Además, la magnitud de la victoria anticomunista y la despiadada eficacia del método empleado inspiraron programas de exterminio que tomaron el nombre de la capital indonesia.

En pocas palabras

«Además, todos hemos tenido el capitalismo americanocéntrico que quería Washington. Basta con mirar a nuestro alrededor», dijo señalando su ciudad y todo el archipiélago indonesio que lo rodeaba.

¿Cómo ganamos?, pregunté.

Winarso se detiene: «Nos mataron».

Las cifras de una masacre

Por sí solo, el mapa titulado «Los programas de exterminio anticomunista, 1945-2000» y publicado como apéndice del libro de Bevins cuenta una historia tan feroz que simplemente deja atónito lo poco presente que está en la conciencia colectiva. Estos son los lugares, las fechas y las cifras:

México 1965-1982: 1300

Honduras 1980-1993: 200

Nicaragua 1979-1989: 50 000

Guatemala 1954-1996: 200 000

Venezuela 1959-1970: 500-1500

El Salvador 1979-1992: 75 000

Colombia 1985-1995: 3000-5000

Países miembros de la Operación Cóndor (la alianza anticomunista entre Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay), años setenta y ochenta: 60 000-80 0000

Irak 1963 y 1978: 5000

Irán 1988: 9000 («el único caso en el que la violencia fue perpetrada por un adversario geopolítico de los Estados Unidos»)

Sudán 1971: algo menos de 100

Sri Lanka 1987-1990: 40 000-60 000

Tailandia 1973: 3000

Corea del Sur 1948-1950: 100 000-200 000

Taiwán 1947: 10 000

Filipinas 1972-1986: 3250

Vietnam, Operación Fénix 1968-1972: 50 000

Timor Oriental 1975-1999: 300 000

Indonesia 1965-1966: 1 000 000

«Yakarta está llegando»

O simplemente «YAKARTA» son las inscripciones que, en 1972, aparecen en varias ciudades de Chile y que los militantes de izquierda reciben por correo. Los responsables de la operación son el grupo fascista Patria y Libertad y la sección chilena de la organización anticomunista brasileña Tradición, Familia y Propiedad —base social del golpe militar de 1964 en Brasil—, ambas financiadas por la CIA. El 11 de septiembre de 1973 se produce el golpe de Estado. Cuando miles de «rojos» son reunidos en el Estadio Nacional para ser interrogados, torturados y asesinados, los que presiden las operaciones son consejeros militares brasileños. La DINA, la feroz policía secreta de Pinochet creada por la CIA, asesina en pocos días a tres mil opositores.

La violencia contra los indígenas y los disidentes en Guatemala fue promovida por la Mano Blanca (una organización racista y ferozmente anticomunista) con el apoyo de los Boinas Verdes estadounidenses. «Entre 1978 y 1983, el ejército guatemalteco asesinó a más de doscientas mil personas. Aproximadamente un tercio de ellas, sobre todo en las zonas urbanas, fueron secuestradas y «desaparecidas». La mayoría de las demás eran indígenas mayas masacrados al aire libre en los campos y montañas donde sus familias habían vivido durante generaciones». En 1982 fueron exterminadas aldeas enteras. «En Indonesia, el asesinato en masa puede que no haya sido genocidio, sino solo asesinato en masa anticomunista. En Guatemala fue un genocidio anticomunista».

En 1979, para acabar con el Nicaragua sandinista, Estados Unidos desplegó a los contras, fuerzas anticomunistas financiadas por la CIA y entrenadas por Argentina, Guatemala y Chile como continuación de la Operación Cóndor (con la que «el fanatismo anticomunista conquistó el continente» latinoamericano). En una reunión organizada por el embajador de Estados Unidos en España, los equipos especiales argentinos y guatemaltecos siguen hablando del «Plan Yakarta».

¿Por qué «Yakarta»?

Operación Aniquilación

Operasi Penumpasan. Así se llama la operación lanzada el 8 de octubre de 1965 por el ejército indonesio contra los comunistas. En unos seis meses, un millón de personas son exterminadas y otras tantas son encerradas en campos de concentración. Preparado por la CIA desde 1958 siguiendo el modelo del golpe de Estado en Guatemala, el golpe del general Suharto reproduce hasta el más mínimo detalle la forma en que se impuso la dictadura en Brasil el año anterior. La ideología es la proporcionada por la «teoría de la modernización», según la cual, en determinados contextos, es el ejército el que debe eliminar por la fuerza todo lo que se opone a la modernización capitalista de un país. Es el ejército modernizador guatemalteco el que, en 1954, permite, mediante un golpe de Estado, asegurar el control de la producción agrícola a la United Fruit Company. Lo mismo ocurrirá con la ITT en el Chile del general Pinochet, así como, en 1976, tras el golpe de Estado del general Videla, en Argentina, donde «la empresa automovilística Ford y el Citibank colaboraron en la desaparición de trabajadores pertenecientes al sindicato». Pero el modelo que sigue el general Suharto para «erradicar de raíz» la presencia comunista (hablamos, entre el PKI, el sindicato de trabajadores, el frente campesino, la organización estudiantil y el Gerwani, es decir, el movimiento de mujeres, de algo así como diez millones de personas) se inspira, en las técnicas de propaganda, en las experimentadas por la CIA en el golpe de Estado de Brasil de 1964. Se inventa un plan secreto comunista para atacar al ejército y tomar el poder, con brujas comunistas que castran a los oficiales mientras duermen y luego bailan desnudas alrededor de los cadáveres mutilados. Se erige un monumento a los militares golpistas asesinados por los comunistas, se producen películas para proyectar oficialmente cada año y se transforma el día de las fuerzas armadas en la celebración de la aniquilación de los enemigos de la nación. El ejército se convierte en el centro organizativo de la modernización.

«Un año después de un golpe de Estado en la nación más importante de América Latina, inspirado en parte por una leyenda sobre soldados comunistas que apuñalan a generales mientras duermen, el general Suharto le cuenta a la nación más importante del sudeste asiático que los comunistas y los soldados de izquierda se llevaron a los generales de sus casas en medio de la noche para matarlos lentamente a puñaladas, y luego ambas dictaduras militares anticomunistas, alineadas con Washington durante décadas, celebran el aniversario de estas rebeliones de manera muy similar». A partir de 1958, la Fundación Ford organiza viajes de estudio a Estados Unidos para jóvenes oficiales indonesios, que reciben formación, entre un curso sobre la economía estadounidense y veladas en locales de “table dance”, en las bases militares de Kansas.

¿Eran Brasil en 1964 e Indonesia en 1965 países al borde de la revolución? En absoluto. En el primer caso, algunas tímidas reformas que no gustaban a los terratenientes; en el segundo, un gobierno que, con el congreso de Bandung de 1955, se puso al frente de los países que acababan de salir del juego colonial o que tenían intención de hacerlo, un gobierno —el de Sukarno— apoyado por los nacionalistas, los islamistas e incluso por el PKI, partido cuya estrategia era totalmente socialdemócrata. Países que no estaban lo suficientemente alineados con Washington y su guerra contra el comunismo. Bevins sostiene que los golpes de Estado en Brasil e Indonesia, con su efecto dominó, fueron los acontecimientos decisivos de la Guerra Fría, que no se libró tanto y solo con misiles nucleares y napalm, sino con políticas de exterminio en las colonias o excolonias. Hasta tal punto que la victoria de Estados Unidos en Indonesia (y en Timor Oriental, donde Suharto asesinó a un tercio de la población) compensó la derrota en Vietnam.

La diferencia entre Brasil e Indonesia es que, cuando, una vez alcanzada la modernización, terminaron las respectivas dictaduras militares, en el país latinoamericano la «reconciliación nacional» tuvo que hacer frente a los asesinados y los desaparecidos, mientras que el exterminio indonesio fue simplemente borrado, con toda una población literalmente embrujada. Una militante nonagenaria, superviviente de la detención y la tortura, le cuenta a Bevins que para los habitantes del barrio en el que vive sigue siendo una bruja comunista.

Silencio

«El objetivo de la violencia era su silencio. Las fuerzas armadas no supervisaron el exterminio de todos y cada uno de los comunistas, presuntos comunistas o simpatizantes comunistas del país: habría sido casi imposible, dado que aproximadamente una cuarta parte del país tenía alguna afiliación con el PKI. Una vez que las masacres se generalizaron, se hizo extremadamente difícil encontrar a alguien que admitiera tener alguna relación con el PKI.

Alrededor del quince por ciento de las personas capturadas eran mujeres. Fueron sometidas a violencias particularmente crueles y de género que se derivaban directamente de la propaganda difundida por Suharto con la ayuda de Occidente. Sumiyati, miembro de Gerwani, escapó de la policía durante dos meses antes de entregarse. La obligaron a beber la orina de sus torturadores. A otras mujeres les cortaron los pechos o les mutilaron los genitales; las violaciones y la esclavitud sexual eran prácticas generalizadas.

Las listas de personas a eliminar no solo fueron facilitadas al ejército indonesio por funcionarios del Gobierno de los Estados Unidos: algunos directivos de plantaciones de propiedad estadounidense proporcionaron los nombres de sindicalistas y comunistas «incómodos» que luego fueron asesinados.

[…] Estados Unidos contribuyó a la operación en todas sus fases, desde mucho antes del inicio de las masacres hasta que cayó la última víctima y el último preso político salió de la cárcel, décadas después, torturado, marcado por las cicatrices y perdido».

El método Gaza

Tras la caída de la URSS, el concepto de «comunismo» fue sustituido por el de «terrorismo». En la cruzada mundial «antiterrorista» que se desplegó sobre todo a partir de 2001, Israel desempeñó, como era de esperar, un papel crucial. Si bien el concepto de «terrorismo» se remonta a Babeuf, el paradigma operativo del rebelde como «terrorista» es, de hecho, típicamente colonial. Y la historia nos enseña que todo lo que se experimenta en las colonias —desde los bombardeos aéreos sobre civiles hasta la detención administrativa, desde las técnicas de tortura hasta la arquitectura de la ocupación— tarde o temprano vuelve. Los primeros campos de concentración (en sentido literal: campos de concentración) fueron creados por España en Cuba en 1896, replicados en Filipinas (por España y posteriormente por Estados Unidos) y luego en Sudáfrica por el Imperio Británico, hasta convertirse en el emblema mismo del nazismo. Los métodos empleados en Argelia serán enseñados por la policía militar francesa a las policías militares y secretas de Brasil, Guatemala, Chile, Argentina… La represión «anticomunista» más feroz de América Latina tiene lugar allí donde el enemigo de la nación y el salvaje anticivil se confunden: en Guatemala. Al igual que en la eliminación histórica del exterminio en Indonesia y Timor Oriental (donde se elimina a un tercio de la población), pesa el hecho de que los asesinados no fueran blancos.

El espacio intermedio entre las colonias y el territorio nacional son las zonas fronterizas. No es casualidad que la violencia fascista, en Trieste y sus alrededores, afectara primero a las poblaciones eslavas y luego a los italianos «rojos», con métodos a medio camino entre la expedición punitiva y las técnicas militares de guerra, y creó al «eslavo-comunista» como enemigo nacional, versión blanca del indígena maya-comunista de Guatemala (donde las prácticas de exterminio llevadas a cabo por el ejército guatemalteco se realizaron con el entrenamiento y la supervisión del ejército israelí). Y no es casualidad que los primeros en experimentar en carne propia, en la Italia de los años sesenta, la tortura como método militar fueran los secesionistas tiroleses (al frente de las operaciones contra ellos encontramos a los mismos personajes de la Oficina de Asuntos Reservados que planificó la masacre de Piazza Fontana). Si la legislación italiana «antiterrorista», desde 1980 en adelante, ha sentado precedente a nivel internacional (anticipándose a la europea de los años 2000) y la prisión de guerra 41 bis es hoy estudiada por el Estado chileno, no debe sorprender que los más acérrimos defensores de Netanyahu (los demás lo apoyan con mayor discreción) sean los exponentes de esa derecha anticomunista y antisemita heredera de la Guardia de Hierro filonazi (Orban), del Método Yakarta y de la Operación Cóndor (Bolsonaro y Milei) y del ejército como baluarte contra los maricones y los rojos (Vannacci). O los afrikaners, cuya potencia tecnológica confiere a su supremacismo una dimensión incluso cósmica (pensemos en Elon Musk y Peter Thiel).

Pero también la izquierda institucional ha recogido la enseñanza del Método Giacarta (no en vano Berlinguer justificaba el «compromiso histórico» refiriéndose explícitamente al golpe de Estado de Pinochet, como antes Togliatti justificó el «giro de Salerno», operado en obediencia a Moscú, para evitar una «situación a la griega», es decir, el enfrentamiento con la CIA), alineándose activamente —con cuestionarios, denuncias a la policía, la «línea de firmeza» en el caso Moro— con la represión «antiterrorista», hasta el inmundo eslogan «el proletariado salvará al Estado».

Es el colonialista quien define quién es el indígena; es el inquisidor quien establece quién es la bruja; es el supremacista blanco quien establece quién es el negro; es el antisemita quien define quién es el judío; es el sionista quien establece quién es el antisemita; es el anticomunismo quien establece quién es el comunista; es el antiterrorismo quien establece quién es el terrorista. Preguntarse por la sustancia social, política u ontológica de estas categorías de parias no solo es engañoso, sino que implica deslizarse por el terreno del poder acusador, de su propaganda y de su guerra psicológica.

Mientras asistimos al declive del imperio estadounidense, con las declaraciones de Trump sobre la anexión de Canadá y la conquista de Groenlandia, con los buques nucleares estadounidenses desplegados en el Indo-Pacífico y frente a Venezuela, y con el Pentágono rebautizado sin rodeos como Departamento de Guerra, debemos comprender que Gaza no es un horror contra el que reclamar desde abajo el respeto del Derecho internacional o la democracia, sino un método que resume toda una historia de masacres y que sirve de advertencia para todos los palestinizables del mundo.

La orden ya se ha dado

«Nos inspiramos en la estrategia de Haussmann para el París del siglo XIX», se lee en el documento Gaza Reconstitution, Economic Acceleration and Transformation (GREAT). Como es sabido, el barón von Haussmann destruyó el antiguo París de callejuelas y calles estrechas (que facilitaban las barricadas y las insurrecciones) y lo reorganizó en amplios bulevares que facilitaban el paso de la caballería y el desplazamiento de las tropas por la zona urbana. Aún hoy, la arquitectura imperial es parte integrante de la contrainsurgencia, es decir, de la continuación del colonialismo en el espacio urbano. Sin destruir las calles, los túneles y la resistencia de Gaza, no se pueden construir los polos tecnológicos ni edificar, sobre decenas de miles de cadáveres, los hoteles de lujo. El terrorista, tanto en Palestina como en Occidente, es cualquier bárbaro que se oponga al destino manifiesto del imperio. El lenguaje cada vez más explícitamente religioso y «mesiánico» (mejor dicho, teocrático) nos informa de que cuanto más imposibles parecen los objetivos, más desmesurados y totales se vuelven los medios. Hoy en día, el Método Yakarta, dotado de todas las herramientas que el complejo científico-militar-industrial ha preparado entretanto, está encabezado por un promotor inmobiliario y respaldado por transhumanistas que disponen de todos los medios de poder para sus delirios. Lo más absurdo es explicarle al rey Ubu que es una locura pensar en deportar a dos millones de palestinos para construir una costa de lujo.

La solidaridad internacionalista con la resistencia palestina debe reforzarse con la conciencia de que algo similar ya ha ocurrido. Los hoteles y clubes de Bali, destino turístico y sexual de los blancos ricos de Occidente, se construyeron literalmente sobre la Operación Aniquilación (que solo en esa isla indonesia exterminó al cinco por ciento de la población, es decir, a ochenta mil personas). La arena sobre la que se construyeron los complejos turísticos y los clubes de playa donde «los blancos pueden permitirse comprar hospitalidad de lujo, o sexo, a la población local», es «la misma arena donde los militares llevaron a personas de Kerobokan, a pocos kilómetros al este, para matarlas durante la noche».

«Tenía que matar a los comunistas para que los inversores extranjeros pudieran traer aquí su capital», dice Ngurath Termana.

Que la revuelta que se está produciendo en Indonesia haga saltar por los aires esos complejos turísticos y la infame violencia sobre la que se construyeron.

Una creencia insostenible

En una entrevista concedida a «Jacobin Italia» poco después de la traducción al italiano de su libro, Bevins decía:

«No creo que esta historia haya terminado. Con el paso del tiempo, los temas de este libro han resultado ser más actuales de lo que me hubiera gustado, y el anticomunismo es un fantasma del pasado que puede resurgir en cualquier momento y con más fuerza aún. Aunque la hegemonía de Estados Unidos se ejerce a través de métodos diferentes y ha perdido poder frente a China, sigue siendo, con diferencia, el país más poderoso y no hay razones para creer que algo que ocurrió en el pasado no pueda repetirse. Es una especie de creencia automática que considero insostenible. Y puedo afirmarlo porque los chilenos y los indonesios pensaban exactamente lo mismo. Muchos de ellos me dijeron que si les hubiera preguntado un año antes de la masacre si era posible, habrían dicho que no. Por ejemplo, los chilenos pensaban: «No, vamos, estamos en los años setenta y no estamos en Guatemala o Indonesia, donde los generales matan a la gente». Bueno, yo creo que hay que estar siempre alerta, sobre todo porque el sistema económico global es el mismo que entonces.

Si hay un pueblo que sabe que debe esperar toda la violencia posible por parte del enemigo, ese es el palestino. Una violencia exterminadora que, a diferencia de la desplegada por la Operación Aniquilación, se transmite en directo a todo el mundo.

Somos nosotros quienes, ante el Plan Gaza, no debemos ceder ni a la incredulidad ni al horror desarmado.

Gaza è Rio de Janeiro. Gaza è il mondo intero.

Di Raúl Zibechi (traduzione Nodo Solidale)

Non ci sono parole sufficienti per descrivere l’orrore che ci provoca il massacro di oltre 130 giovani neri, poveri, uccisi dalla polizia di Rio de Janeiro, con la scusa di combattere il narcotraffico.

Si è trattato di un’operazione di guerra urbana in cui il governo dello Stato ha mobilitato 2.500 poliziotti in assetto da guerra, oltre a blindati ed elicotteri per attaccare i complessi delle favelas Penha e Alemao nella zona nord della città, un’area con un’alta concentrazione di popolazione povera. Si tratta di due complessi di favelas che superano i 150.000 abitanti, con un’enorme densità di popolazione.

Il governo di Rio ha dichiarato che ci sono stati 60 morti, ma la popolazione delle favelas ha portato nelle piazze più di 50 corpi che non figuravano nel conteggio ufficiale, lasciando il dubbio su quanti siano stati uccisi. Finora il numero supera i 120.

Le reazioni non si sono fatte attendere, dalle organizzazioni per i diritti umani alle Nazioni Unite, che si sono dette “inorridite” dal massacro. Al di là dei dati, ci sono fatti rilevanti.

Il genocidio palestinese a Gaza è lo specchio in cui devono guardarsi i popoli e le persone oppresse del mondo. Per chi sta in alto, si apre un periodo di caccia indiscriminata alla popolazione “in esubero”, perché hanno la garanzia dell’impunità. Ora più che mai, Gaza siamo tutti noi. Può essere Quito, San Salvador, Rosario o Tegucigalpa; il Cauca colombiano o Wall Mapu; la montagna di Guerrero o le comunità del Chiapas. Ora siamo tutti nel mirino di un capitalismo che uccide per accumulare sempre più rapidamente.

Dicono narcotrafficanti con la stessa indifferenza con cui dicono palestinesi, mapuche o maya. Sono solo scuse. Argomenti per le classi medie urbane. Ma la storia recente ci mostra che quello che stanno facendo è creare laboratori per il genocidio.

Nel tranquillo Ecuador, quando i popoli indigeni li hanno sconfitti nella rivolta del 2019, hanno reagito liberando i più feroci criminali nelle carceri trasformate in luoghi di sterminio, dove i media mostravano i detenuti che giocavano a calcio con la testa di un decapitato.

Nel Cauca, l’estrazione mineraria a cielo aperto e la coltivazione di droga hanno esacerbato la violenza paramilitare contro le comunità Nasa e Misak che resistono e non si arrendono, rendendo la regione la più violenta di un paese già di suo violento.

Nel territorio mapuche, sia in Cile che in Argentina, i poteri forti hanno deciso che coloro che non si arrendono devono essere definiti “terroristi”, con il risultato che oggi ci sono più prigionieri mapuche che sotto le dittature di Pinochet e Videla.

In Messico, tutto è chiaro, così chiaro che i media e i governi non vogliono farcelo vedere, mascherando la violenza con discorsi che ne sottolineano solo la complicità. La violenza sistematica in Guerrero e in Chiapas dovrebbe essere motivo di scandalo.

A Rio de Janeiro, un sociologo dice spesso che il narco non è uno Stato parallelo, ma lo Stato realmente esistente. Compresi tutti i governatori degli ultimi decenni, con il loro entourage di imprenditori mafiosi, deputati e consiglieri comunali che costituiscono un potere ereditato dagli squadroni della morte della dittatura militare.

Gaza ci pone in un altro luogo, di fronte ad altre sfide. La prima è comprendere che la morte è la ragion d’essere del sistema capitalista. La seconda è capire che questo sistema è composto dalla destra e dalla sinistra, dai conservatori e dai progressisti. La terza è che dobbiamo organizzarci per proteggerci da soli, perché nessuno lo farà per noi.

Il mondo che abbiamo conosciuto sta crollando. Piangiamo quei giovani uccisi a Rio, quei corpi distesi sull’asfalto.

Trasformiamo le nostre lacrime in fiumi di indignazione e in torrenti di ribellione.

La anomalía de la guerra en México

En marzo de 2025, ante la difusión de los horrores del centro de exterminio del Rancho Izaguirre, buscamos las palabras para contar a nuestrxs compas en Italia la indignación, el miedo y la rabia de vivir y luchar en México con tanta obscuridad encima. Salió este texto colectivo – primeramente en italiano – como un análisis que hacemos desde el Nodo Solidale, una mirada empírica y limitada que hoy compartimos en español para aportar a una reflexión más amplia entre quienes luchamos por la vida contra la guerra narco-capitalista que nos imponen.

Los datos de la fábrica del terror

El 5 de marzo de 2025, el colectivo «Guerreros Buscadores de Jalisco» descubre algo que eleva el nivel de crueldad del poder en México: un campo de exterminio del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG), uno de los cárteles más feroces del país. En un rancho de Teuchitlán, en el campo, a una hora de la metrópoli de Guadalajara (y a media hora de un cuartel militar), detrás de una puerta como otras millones en México, un colectivo de familiares de «desaparecidos» —y no las autoridades competentes, como en la inmensa mayoría de los casos— descubre tres hornos crematorios con fragmentos humanos amontonados y unas 400 pares de zapatos, cientos de otros objetos personales como pulseras, pendientes, gorras, mochilas, cuadernos con larguísimas listas de nombres, que proyectan la dimensión del horror sobre cientos, quizás miles, de personas asesinadas con rigor científico en este campo de exterminio contemporáneo. La visión de la montaña de zapatos de las personas desaparecidas es un puñetazo en el corazón para todos aquellos que, por asociación fotográfica, vuelan con la mente a las peores masacres perpetradas por las dictaduras nazi-fascistas.

Pero Jalisco cuenta con 186 sitios de entierros clandestinos procesados por las autoridades, aunque el rancho Izaguirre no figura en este mapa. Tlajomulco de Zúñiga es el municipio con mayor número de fosas clandestinas, con un total de 75. Guadalajara, la rica, bella, limpia y turística capital del estado, está salpicada de historias de desaparecidos y violencia, algunos monumentos han sido desfigurados y transformados en memoria viva con cientos de fotos y pancartas con los rostros de personas desaparecidas. Una realidad escalofriante que se prolonga desde hace años.

De hecho, hace más de quince años que, como colectivo Nodo Solidale, nos unimos a esa parte de la sociedad civil organizada mexicana que denuncia esta guerra negada, sucia, manipulada o idealizada en las series de televisión dedicadas a los grandes capos del narco. Una guerra totalmente capitalista, destinada a acumular cantidades absurdas de dinero traficando con mercancías y cuerpos. Cuerpos golpeados, violados, explotados hasta la última gota, torturados y luego destrozados, disueltos en ácido, quemados, evaporados y dispersos en la nada del olvido. Son jóvenes atraídos por ofertas de trabajo engañosas, niños desaparecidos en cualquier rincón de una ciudad, chicos reclutados con engaños. Son muchísimas mujeres: niñas, jóvenes, adultas, atrapadas en circuitos de trata, abusos y torturas inimaginables. Es la fábrica del terror, la necro-productividad capitalista. Hablamos de 123.808 personas «desaparecidas», según datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDN) actualizados al 13 de marzo de 2025. Cifras que superan con creces las ya aterradoras cifras del exterminio y las desapariciones forzadas llevadas a cabo durante las dictaduras de Chile y Argentina. Pero en México la mayoría de las víctimas no son militantes políticos, son gente común, lo que reduce en gran medida la repercusión de este terrible crimen, como analizaremos más adelante. Más de 50.000 personas han desaparecido en los últimos seis años, bajo el gobierno de centroizquierda de la pomposamente autodenominada «4^a Transformación», lo que indica matemáticamente la responsabilidad institucional de esta dramática lacra social. A estas cifras hay que sumar los homicidios cometidos en el país desde el inicio de la llamada guerra contra el narcotráfico, es decir, desde diciembre de 2006: 532.609, cifra actualizada al 29 de enero del 2025, según fuentes oficiales. Más de medio millón de vidas truncadas, de las cuales al menos 250.000 durante los últimos seis años, bajo los gobiernos de centroizquierda.

Sobrevivir a la «guerra de fragmentación territorial»

¿Cómo es posible que todo esto pase (casi) totalmente desapercibido?

El elemento fundamental de la anomalía de la guerra en México no reside solo en el alto índice de normalización y negación de la misma, del que hablaremos más adelante, sino sobre todo en su comprensión social, ya que queda relegada a los márgenes de la política y de las definiciones clásicas de guerra. «Todavía no llueven bombas del cielo», nos decimos a veces con ironía, «no estamos tan mal» como en Palestina, Siria, Kurdistán, Sudán o Ucrania. Sin embargo, el número de muertos es el mismo o, en algunos casos, superior.

De hecho, esta no es una guerra simétrica, entre ejércitos desplegados o una invasión declarada por una fuerza armada enemiga; ni tampoco es la típica guerra asimétrica contemporánea, que se libra un poco por todas partes, con fuerzas especiales del Estado enfrentadas a células del «enemigo interno». El frente mexicano se caracteriza, en cambio, por una multiplicación indiscriminada de actores armados y una altísima intensidad de fuego, que fragmentan el campo de batalla en micro-conflictos muy violentos, dispersos y poco visibles, que elevan brutalmente la tasa de mortalidad entre la población civil, mientras que la actividad económica, política y social continúa en general, con apagones e intermitencias en la gestión de la vida pública local. Definimos, por tanto, esta anomalía bélica como «guerra de fragmentación territorial». Por otra parte, las zonas más afectadas por las ofensivas y contraofensivas de los distintos grupos armados (ilegales o institucionales), por las redadas, las desapariciones y los reclutamientos forzados, son los territorios rurales o las periferias semi-rurales, como por ejemplo Teuchitlán, donde «apareció» el centro de exterminio y entrenamiento forzado en el rancho Izaguirre. En medio de las áreas industriales, en los territorios fronterizos, en el desierto, en la costa, en las montañas, la gestión de las rutas, los campos de cultivo y el tráfico de seres humanos está desde hace décadas en manos de diferentes grupos de poder que se enfrentan entre sí sobre las poblaciones periféricas, a menudo indígenas y campesinas, que no son noticia y, a veces, ni siquiera aparecen en las estadísticas. Cuando la guerra entre los distintos actores armados llega a las ciudades, se hace visible, «registrable», causa revuelo, pero a menudo la indignación se evapora por el miedo a las represalias y cuando la violencia disminuye localmente en una zona, se intensifica en otra.

Con el desmoronamiento de los grandes cárteles, más o menos estables hasta finales de los años 90, y la intromisión militar activa del Estado mexicano como socio del Cártel de Sinaloa (2006) contra todas las demás organizaciones criminales, se ha llegado a la explosiva creación de cientos de grupos armados (240 según un reciente informe de la Secretaría de Gobernación) que, a su vez, se ramifican en células y subgrupos locales, que gestionan físicamente en barrios y pueblos actividades ilícitas como el cobro de piso, la prostitución, los secuestros y la fabricación y distribución de armas y drogas. La multiplicación de los actores armados ha aumentado considerablemente la fragmentación del territorio, generando una violenta balcanización del país, atravesado por amplias zonas «prohibidas» o con circulación restringida por el toque de queda. Estas numerosas estructuras/empresas criminales cuentan con el apoyo logístico y de control del flujo de mercancías/personas de todas las fuerzas armadas y de seguridad del Estado, definidas como «corruptas» pero en realidad estructuralmente vinculadas a la economía ilegal, involucradas en diferentes niveles y divididas en diferentes grupos, incluso rivales y, por lo tanto, también en conflicto entre sí. Basta con mencionar que en la última «limpieza» ordenada este año por el actual gobernador de Chiapas, Eduardo Ramírez, en su afán por recuperar una imagen pública decente y con la necesidad de reordenar el flujo de cocaína y migrantes en la zona estratégica de la frontera sur siguiendo los intereses de otros grupos de poder, fueron detenidos por vínculo con el narco-trafico 270 policías (y al menos tres alcaldes) en cinco ciudades diferentes de la región, lo que demuestra implícitamente el nivel de cooperación que existe entre el Estado y el crimen organizado. Sin embargo, no hay que imaginar al Estado y al crimen como dos bloques monolíticos opuestos, sino que debemos acostumbrarnos a ver y comprender el panorama mexicano como un gran mercado, donde numerosas agencias, puntos de venta y sucursales, grupos de presión, jueces, políticos y burócratas, junto con muchos actores armados, uniformados o no, participan, se alían y luchan a un ritmo vertiginoso para asegurarse un jugoso porcentaje en el control de los recursos del país (y, solo en parte, del torrente de cocaína que lo atraviesa, a petición de los “clientes” de Estados Unidos de América).

La economía criminal como modo de producción capitalista

La difusión de la economía criminal y su organización es una reestructuración capitalista del dominio y saqueo de los territorios, una forma de acumulación que en México se manifiesta con esta especificidad que definimos como «guerra de fragmentación territorial». En América Latina, el Estado ha contribuido constantemente a la acumulación (primitiva y posterior) de capital a través de las fuerzas armadas, con la agresión directa contra quienes impedían el saqueo, a menudo los pueblos indígenas, los obreros y los campesinos. Las clases subalternas han desarrollado a lo largo de los siglos numerosas y variadas formas de resistencia, incluso armadas, lo que ha dado lugar, hasta hace unas décadas, a un período feroz, pero también formidable, de lucha guerrillera contra el poder estatal, la oligarquía y las grandes empresas. En México son numerosos los casos de organización de la lucha armada, herederos primero de la Independencia y luego de la Revolución, ambas iniciadas y llevadas a cabo principalmente por los campesinos, los indígenas y, posteriormente, los obreros. Tras la insurrección zapatista de 1994 y el amplio consenso global que obtuvo, para el Gobierno mexicano reprimir la resistencia popular con las fuerzas armadas ha tenido, y sigue teniendo, un coste político muy alto (recordemos, por ejemplo, el caso de Ayotzinapa), razón por la cual el uso de sicarios como outsourcing de la represión se ha convertido a lo largo de los años en un verdadero dispositivo para alcanzar territorios estratégicos, despoblarlos mediante la política del terror implementada por los grupos criminales y reorganizarlos según la lógica económica específica (implantar una mina, un consorcio turístico, un puerto, una presa o simplemente reorganizar la mano de obra y los recursos a favor del grupo «ganador»). Se ha pasado del uso histórico y secular de mercenarios a sueldo del Estado a la creación de numerosas empresas criminales regionales y locales que, independientes pero asociadas al Estado, gestionan, controlan y aterrorizan a la población para su propio beneficio y con un objetivo compartido con quienes gobiernan las instituciones: el enriquecimiento ilimitado. Por lo tanto, la represión ya no es sólo contra lxs guerrillerxs y lxs activistas, sino que es una forma de gobernanza —flexible, elástica pero despiadada— sobre toda la población y los territorios en los que esta vive, trabaja y sueña.

Este dispositivo infernal, además de perpetuar la necesidad capitalista de cosificación y valorización de cada elemento, cada territorio y cada ser humano, desempeña un papel estratégico importante en la guerra ideológica: el de despolitizar la lucha de clases, la resistencia contra el saqueo de cada espacio habitable.

El uso del crimen organizado, comúnmente llamado «narco», como brazo armado del capitalismo permite situar a las víctimas en el terreno fangoso de la duda: ¿lo mataron porque luchaba o porque tal vez tenía alguna tranza por ahí que no se sabía? ¿Quién fue realmente? Un asesinato cometido por la policía o el ejército en un enfrentamiento político (una manifestación o un combate guerrillero) no tiene la misma repercusión en la opinión pública que un asesinato, con los mismos fines, cometido por sicarios vinculados a un grupo criminal, durante la «normalidad» de la vida cotidiana. O a veces ni siquiera la terrible «dignidad» del asesinato, sino la desaparición forzada en la nada, donde la víctima es engullida por la oscuridad por un verdugo invisible. De esta manera se pierden más fácilmente los rasgos de un delito político, se «normaliza» la agresión haciéndola deslizar en el océano anónimo de los «delitos comunes», que no merecen atención. Al mismo tiempo, un asesinato claramente político —tan dramáticamente recurrente en la larga historia de la lucha de clases— desencadena efectos y reacciones con responsabilidades políticas directas: «¡Ha sido el Estado!». Y la gestión del Estado, por muy feroz que sea, puede ser cuestionada, se convierte «naturalmente» en el objetivo de la ira popular, al igual que históricamente los movimientos sociales han denunciado y combatido la violencia del ejército y la policía, como brazos armados del poder y, en cierto modo, «traidores», como el Estado, al pacto social con el pueblo, que los mantiene. Pero cuando la fuente de la violencia es un grupo de empresarios feroces, sin uniforme, sin reglas de combate, sin una ética y un pacto social al que someterse: ¿cómo se rebela uno? ¿Contra quién y cómo se dirige la ira social? Es difícil, a pesar de algunas excepciones heroicas, manifestarse, organizarse y defenderse contra un enemigo sin reglas, que se ha infiltrado en el tejido social y es camaleónico, tal como las mafias.

Preguntas incómodas

A menudo, en Italia (de dónde somos originarixs o descendientes la mayoría de nuestro colectivo internacionalista), entre una actividad de contra-información y otra, hemos escuchado preguntas dudosas: «¿Pero realmente hay guerra en Chiapas? ¿Es así en todo México?», a lo que se añade quizá: «Es que yo fui allí de vacaciones y me pareció bastante tranquilo…».

Existe una tendencia generalizada a minimizar el alcance del horror, de la gestión metódica (propia de un campo de exterminio), institucional, social y política del «fenómeno narco». Por un lado, la superficialidad del análisis del poder, reproducida por los medios de comunicación dominantes, que como mucho solo destaca los aspectos «folclóricos», anecdóticos e incluso «brillantes» (como El Chapo Guzmán, que apareció en la lista de millonarios de Forbes) de múltiples «casos aislados»; y esta es la que llega más ampliamente afuera de México, una elección narrativa del poder para distraer la atención sobre las especificidades sistémicas del «problema». Por otro lado, está la normalización que la propia sociedad lleva a cabo (y que también hacemos nosotros, que denunciamos su barbarie) para sobrevivir: salimos de casa, vamos al trabajo o al súper, de repente se oyen disparos y… esperamos, en un refugio improvisado, a que termine el tiroteo y luego retomamos la rutina. O llega un mensaje de la hija del vecino «desaparecida», lo leemos con un suspiro, lo difundimos en los chats y volvemos a nuestras ocupaciones cotidianas, tal vez susurrando una oración y esperando en silencio que nunca le toque a nuestra propia hija, a un familiar, a un amigo del corazón. En México, aparentemente, la vida transcurre con normalidad, los niños van al colegio, de vez en cuando lo cierran por algún tiroteo, pero los niños saben, como en caso de terremoto, que deben agacharse debajo de las mesas o tumbarse en el suelo, precisamente porque la balacera se vive como cualquier otra catástrofe natural, interiorizada y afrontada como tal. Entre la banalización de los medios de comunicación y la habituación a la violencia como instinto de supervivencia masivo, se esconde la ceniza (de los cuerpos carbonizados) bajo la alfombra de la normalidad. Y así, a pesar de ciertos momentos de indignación, rebelión y fuerte protesta popular (como las movilizaciones de 2011 del Movimiento por la Justicia con Dignidad, las de 2014/2015 por los 43 de Ayotzinapa, la creación de «Guardias Comunitarias», sobre todo en los territorios indígenas), hemos llegado a medio millón de personas asesinadas, más de 120 000 desaparecidos y al descubrimiento de centros de exterminio en esta gran fosa común llamada México.

La gravedad de los crímenes encontrados en el rancho de Teuchitlán, registrado por las fuerzas del orden en 2017 y luego en septiembre de 2024, que «no habían notado la presencia de hornos y otros detalles», pone de manifiesto una vez más la densa red de complicidad entre el crimen y el Estado mexicano. La gestión de un centro de entrenamiento y eliminación física de cadáveres a este nivel solo puede funcionar con el silencio —y posiblemente el apoyo directo— de las instituciones políticas y judiciales. Un genocidio, un crimen contra la humanidad, se perpetraba a las puertas de la segunda ciudad más importante de México, donde se captaba a la gente en las estaciones de autobuses, se la llevaba allí, se la maltrataba física y sexualmente, se la incitaba a matar y, a quienes sobrevivían al infierno, se les obligaba a convertirse en sicarios, en máquinas de muerte para la producción y acumulación de riqueza del CJNG. Todas las demás personas eran torturadas atrozmente y luego quemadas, barridas como basura. Humo.

Las preguntas que se derivan de ello son terribles: ¿cuántos otros centros de exterminio similares están funcionando y son tolerados en otros lugares de México? ¿Hasta cuándo seguiremos mirando hacia otro lado, permitiendo que las empresas, los gobiernos y sus brazos armados dispongan de forma tan atroz de nuestros cuerpos, de nuestro futuro? ¿Hasta cuándo aceptaremos vivir con miedo y terror en el alma?

Y para quienes viven al otro lado del océano: ¿hasta cuándo las series sobre el narcotráfico y el turismo inconsciente trivializarán nuestras conversaciones sobre México?

¿Hasta cuándo pensaremos que esas «dos rayas de falopa» que nos echamos los sábados por la noche no nos convierten en cómplices del lado más feroz del capitalismo?

¿Hasta cuándo seguiremos indiferentes?

¿Hasta cuándo nos absolveremos?

Nodo Solidale

#NarcoEsDespojo #NarcoEsCapitalismo #NarcoEsElEstado

Arar el Campo de la Esperanza

Recibimos, publicamos y compartimos estas reflexiones del compañero Vito, de Terra Insumisa (Sicilia, Italia), quien se encuentra ahora en la isla de Creta, como integrante de la Global Sumud Flotilla, arreglando los barcos que fueron atacados y dañados en alta mar por los drones israelíes.

Arar el Campo de la Esperanza: Un Grito Contra los Juegos de Poder, por la Vida (por Vito – Terra Insumisa)


Les escribo desde Creta, desde el puerto de Ierapetra, donde mis manos están ocupadas en reparar las embarcaciones golpeadas por los drones. Pero esto no es solo un relato de reparaciones. Es una restitución, un intento de dar sentido a la misión que estamos llevando a cabo, una misión que busca poner en navegación no solo embarcaciones, sino la vida y la esperanza mismas.

En este momento difícil, mientras palabras de desconfianza y traición intentan insidiosamente socavar nuestra determinación, es fundamental reafirmar quiénes somos. Estas manos y este corazón están con las personas en el mar, con las Flotillas por la Vida y contra la muerte. No somos políticos de sonrisas falsas, cuya política ya nos ha roto el alma demasiadas veces. Al contrario, nuestro punto de partida es otro: es un grito para romper el asedio.

Un grito de partida. Al principio no hay la palabra calculada, sino el grito. Un grito de tristeza, de horror, de rabia y de rechazo ante la mutilación de las vidas humanas perpetrada por el capitalismo. El pensamiento nace de la rabia, no de la pose de la razón. El grito contra todas las guerras capitalistas no es un simple eslogan, sino la articulación de un profundo disenso que nace de la experiencia. Vemos nuestras escuelas invadidas por soldados, nuestra tierra llenarse de F-35, los mismos aviones que siembran muerte en la tierra de nuestros hermanos y hermanas en Palestina. Vemos la política armando a los poderosos y llevando miseria a las niñas y niños hambrientos. Esta rabia no es un fenómeno aislado; es la conciencia de que el mundo es fundamentalmente erróneo, que estas injusticias no son casuales sino parte de un sistema.

Este grito, sin embargo, no es desesperación. Es un grito a dos dimensiones: la rabia que nace de la experiencia presente lleva consigo una esperanza, la proyección de una alteridad posible.
Es un rechazo a aceptar lo inaceptable: que la lógica de la muerte deba prevalecer, que los juegos de poder deben seguir envenenando las raíces de las misiones por la vida. Lo que enfrento, lo que enfrentamos no es simplemente un conflicto entre naciones o un acto de guerra aislado. Es una forma de violencia organizada, un conglomerado de intereses que involucra el aparato estatal, la iniciativa privada y las mafias criminales. Esta violencia es la expresión de un orden patriarcal y capitalista que se ha construido históricamente a través de la guerra, la apropiación de los cuerpos y la destrucción del territorio. Cuando vemos los ataques de los NarcoEstados o la lucha contra un genocidio, estamos asistiendo a las manifestaciones de este sistema global. En América Latina, en Palestina, como en otros lugares, el capitalismo está asumiendo un perfil cada vez más mafioso y criminal, donde las prácticas ilegales se convierten
en el núcleo de la acumulación.

Es por esto que la lógica de la política tradicional, la de los juegos de poder, resulta no solo ineficaz, sino tóxica. La idea de cambiar el mundo tomando el poder, conquistando el Estado, es un paradigma que ha dominado el pensamiento revolucionario durante más de un siglo, pero que ha demostrado su fracaso. El Estado no es un instrumento neutro que puede ser usado para el bien; está profundamente integrado en la red de relaciones sociales capitalistas. Intentar usar el Estado para cambiar la sociedad significa caer en la trampa de adoptar la lógica misma del poder que se quiere combatir. La lucha se pierde no cuando se es derrotado, sino cuando se adopta el lenguaje y los métodos del poder.
Nuestra misión, por lo tanto, se sitúa fuera de esta lógica. Nosotros, gente de la tierra, nos movemos no para conquistar el poder, sino por la vida que llevamos y por el pueblo que somos. El desafío revolucionario hoy es precisamente este: cambiar el mundo navegando.

Si la toma del poder no es el camino, ¿cuál es la alternativa? La respuesta se encuentra en las prácticas de los pueblos en movimiento, que crean otros mundos aquí y ahora. Nuestra acción, como la de los zapatistas en Chiapas o los movimientos indígenas en Bolivia, no está dirigida a un objetivo futuro, sino que es en sí misma la prefiguración de la sociedad por la que luchamos. La resistencia no es solo decir “no”, sino también construir, crear relaciones sociales diferentes alas capitalistas.

bandera zapatista

Las Flotillas por la Vida son una de estas grietas en el sistema. En un mundo dominado por la lógica de la muerte, la militarización y el lucro, una acción que lleva vida y esperanza es un acto de profunda subversión. Es la afirmación del “poder-hacer” (nuestra capacidad creativa y colectiva) contra el “poder-de-arriba” (la dominación y la opresión). Es un acto de dignidad: el rechazo a aceptar la humillación y la deshumanización, un rechazo que lleva consigo el proyecto de la humanidad que nos es negada. Esto también significa superar una visión que separa las luchas. La frase “si tocan la Flotilla se bloquea todo” es correcta, pero debe ampliarse: “si no imponen el embargo a Israel, si no detienen todas las guerras capitalistas, bloqueamos todo”. La rabia contra la militarización de nuestras vidas y de nuestro suelo es el surco a trazar para unirnos. La lucha por Palestina es la lucha contra la militarización de la tierra, contra la violencia de los NarcoEstados, contra toda forma de opresión capitalista.

Mientras espero volver a poner en el mar estas embarcaciones, la pregunta fundamental que me hago es si nuestro corazón está listo para luchar al lado de estos pueblos. Esta lucha no busca aplausos ni lugares cómodos. Es una práctica diaria de resistencia y creación, una acción que, al igual que la de los zapatistas, desarrolla economía, salud y educación dentro y para la resistencia misma. Reparar una embarcación se convierte así en un acto político, una forma de tejer relaciones de solidaridad, amor y comunidad frente a la reducción de cada relación a mercancía. Es la materialización de la esperanza no como un piadoso deseo, sino como una práctica concreta de liberación. Nuestra misión es un fragmento de ese otro mundo que estamos construyendo, un mundo basado en la dignidad y el respeto mutuo.

Nuestro grito contra todas las guerras capitalistas sigue resonando desde este puerto. Es un grito que une nuestra acción aquí, en Creta, con la resistencia en Palestina y la de todos los pueblos que luchan. Es la conciencia de que nuestra lucha es una sola, indivisible.
Porque hoy es Palestina, pero mañana seremos Nosotros y Nosotras.

Podcast: Ayotzinapa, 11 anni di tenace resistenza

26 Settembre 2014 – 26 Settembre 2025.
Sono passati ormai 11 anni da quella maledetta notte di Iguala, nello stato di Guerrero, dove scomparirono 43 studenti della Scuola Normale Isidro Burgos di Ayotzinapa, mentre realizzavano un’attività per raggiungere Città del Messico e lì partecipare alla manifestazione in ricordo del massacro studentesco del 2 ottobre 1968.
Il caso Ayotzinapa, una pagina dolorosa e chiave che mette in luce la violenza criminale e statale, e la tragedia politica e umana delle sparizioni forzate, nel Messico odierno. Un + 43 il cui debito oggi pesa come un macigno.Un crimine di Stato, di cui ancora non c’è alcuna verità condivisa, né tantomeno storica.

Con questo podcast, facendoci aiutare dalla giornalista freelance Caterina Morbiato, cerchiamo di ripercorrere alcuni elementi chiave del “Caso Ayotzinapa”, spiegando perché proprio gli studenti di Ayotzinapa, i tentativi di insabbiamento del governo federale e dei suoi vari apparati di sicurezza, la mancanza tutt’ora di una giustizia formale, le ambiguità dei vari governi che si sono susseguiti e, soprattutto, il dolore e la rabbia dei genitori dei 43 studenti scomparsi.

11 anni di ingiustizia, di mancata verità, di falsità, di dolore.
11 anni di incrollabile dignità, di lotta, di manifestazioni, di coscienza, di volontà e di coraggio.
Questo insegnano i genitori e i compagni e le compagne dei 43 studenti normalisti di Ayotzinapa.
Un debito ancora aperto, fino al giorno in cui non torneranno.

¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!

VIII SAGRA DEL PEPERONCINO REBELDE

Domenica 28 settembre, dalle 13 a mezzanotte, torna dopo una lunga attesa la Sagra del Peperoncino Rebelde al CSOA Forte Prenestino (via Federico Delpino 187, Roma).❤‍🔥


🌶 Dopo una pausa di diversi anni dedicati a organizzare e sviluppare progetti sanitari, editoriali e di scambio tra l’Italia e il Messico ribelle, questa ottava edizione si terrà come sempre nell’ultima domenica di Settembre per ridere, ballare e gustare tutta la piccantezza di cui abbiamo desiderio, sostenendo le comunità indigene e le organizzazioni che le supportano.


Peperoncini di ogni genere, cibo per tutta la giornata, musica dal vivo, performance teatrali e dj set, infoshop, serigrafie, mostre fotografiche, libri dall’America Latina e dal Mondo.💫


🪂Quest’anno, inoltre, un programma specifico dedicato all’infanzia, con laboratori, piñatas, spettacoli e un’area giochi di legno a cura del laboratorio sociale Largo Tappia di Lanciano.


🤸🏻‍♂Immancabili poi i classici contest di cumbia, e la Competizione dei Peperoncini – gara goliardica di resistenza al piccante.
Ingresso a sottoscrizione libera a sostegno dei progetti del nodo solidale in Messico.


A breve tutti gli aggiornamenti


🌶 Si no pica, no hay revolución!


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Por la Flotilla Sumud, por la resistencia que somos (ESP)

Global sumud es la ruptura de los diques.

Las barreras ya no resisten: las diferentes interpretaciones de un conflicto secular se entrelazan y finalmente rompen el silencio. Es el jaque mate que le da un giro al juego: no necesitamos pedir permiso, ya hemos ido más allá.

La flotilla no es solo madera y velas: es un regalo, una declaración de pertenencia a una elección política justa y necesaria.

Ya estamos ganando.

Los verdugos de este genocidio nos han reconocido como enemigos, nos han identificado, amenazado y atacado. Pero la flotilla sigue ahí, en nuestro mar Mediterráneo, y nosotros, en tierra, somos cientos de miles gritando NO a un genocidio en directo.

Lxs migrantes muertxs son nuestros compañerxs invisibles y silenciosxs: sus cuerpos rechazados y abandonados en la más peligrosa de las travesías, sus nombres borrados por el olvido, olvidados por los poderosos pero vivos en la memoria de quienes los buscan, resuenan en cada ola. Son parte del mar que nos lleva y nos sostiene, son la mano plateada que atraviesa la noche.

Los trabajadores portuarios del Mediterráneo también forman parte del mar: manos y cuerpos que custodian y desafían las corrientes y que ahora bloquean, amenazan y mantienen bajo presión el corazón productivo de estas aguas.

Los barcos que navegan hacia Gaza, como los que permanecerán inmóviles, rechazados por los puertos si es necesario, se convierten así en banderas de rebelión, respuestas vivas a ese grito mudo, olas de valentía que desafían el silencio y llevan consigo la dignidad de quienes no se doblegan ni se rinden.

Sumud es permanecer, resistir, actuar ante la barbarie.

Es un gesto colectivo que derriba fronteras, una poesía escrita con agua salada y sudor, una promesa que no puede ser bombardeada, secuestrada, torturada…

Sumud es el hilo que nos mantiene unidos a través de mares y continentes. La certeza de que cada puerto negado genera mil otros atracaderos, que cada barco detenido multiplica el deseo de seguir navegando por las rutas de la justicia.

No es solo resistencia: es un ejercicio de futuro.

Es la certeza de que es la dignidad la que escribe la historia y que los pueblos que eligen resistir ya son libres, incluso antes de la victoria. Y cuando nuestros barcos surcan el mar, no solo transportan cuerpos: llevan otro mundo posible.

Un mundo que no conoce muros, ni asedios, ni silencios impuestos.

Este es el viento que nos impulsa.

Este es el mar que nos sostiene.

Este es nuestro jaque mate a la barbarie.

Y el nombre de todo esto es Sumud.

Buen viento, Flotilla.

PER LA SUMUD, PER LA RESISTENZA CHE SIAMO (ITA)

Global sumud è la rottura degli argini.

Le barriere non reggono più: le letture diverse di un conflitto secolare si intrecciano e frantumano finalmente il silenzio.
È lo scacco matto che ribalta la partita: non abbiamo bisogno di chiedere permesso, siamo già oltre.
La flotilla non è solo legno e vele: è un dono, una dichiarazione di appartenenza a una scelta politica giusta e necessaria.
Abbiamo già vinto.
I carnefici di questo genocidio ci hanno riconosciuto come un nemico, identificato, minacciato, attaccato.
Ma la flotilla è ancora lì nel nostro Mediterraneo e noi a terra siamo centinaia di migliaia, gridando NO a un genocidio in diretta.

I migrantx mortx sono i nostri compagnx invisibili e silenziosi: i loro corpi respinti e abbandonati nella più pericolosa delle traversate, i loro nomi cancellati dall’oblio, dimenticati dai potenti ma vivi nella memoria di chi li cerca, risuonano in ogni onda. Sono parte del mare che ci porta e ci sostiene, della mano argentata che attraversa la notte.

I lavoratori portuali del Mediterraneo sono anch’essi parte del mare: mani e corpi che custodiscono e sfidano le correnti e che ora bloccano, minacciano, tengono sotto pressione il cuore produttivo di queste acque.

Le barche che navigano verso Gaza, come quelle che resteranno ferme, respinte dai porti se necessario, diventano quindi bandiere di ribellione, risposte viventi a quel grido muto, onde di coraggio che sfidano il silenzio e portano con sé la dignità di chi non si piega e non si arrende.

Sumud è restare, resistere, agire davanti alla barbarie.
È un gesto collettivo che abbatte le frontiere, una poesia scritta con acqua salata e sudore, una promessa che non può essere bombardata, sequestrata, torturata…
Sumud è il filo che ci tiene unitx attraverso mari e continenti.
La certezza che ogni porto negato genera mille altri approdi, che ogni nave fermata moltiplica il desiderio di navigare ancora sulla rotta della giustizia.
Non è solo resistenza: è un esercizio di futuro.
È la certezza che è la dignità che scrive la storia e che i popoli che scelgono di resistere sono già liberi, anche prima della vittoria.
E quando le nostre barche solcano il mare, non trasportano solo corpi: portano un mondo possibile.
Un mondo che non conosce muri, né assedi, né silenzi imposti.

Questo è il vento che ci spinge.
Questo è il mare che ci sostiene.
Questo è il nostro scacco matto alla barbarie.

E il nome di tutto questo è Sumud.
Buon vento.

Sudán, ¿por dónde empezar?

Texto de un compañero del Nodo Solidale, viviendo en Sudán, publicado en la revista digital Desinformemonos el 9 de septiembre de 2025.

¿Por dónde empezar? Por un relato. Quizás una reflexión que permita mirar el horror que se oculta en la arena sudanesa. Mirar de reojo nada más: porque, por más cerca que esté, no logro clavar la mirada.

Puedo dejar que el calor, el polvo y la muerte se me peguen a la piel desnuda, pero no que la atraviesen. Porque este es el relato de una catástrofe demasiado antigua, demasiado actual. Una historia de acuerdos que se rompen antes de firmarse, de lazos de hermandad quebrados en nombre del oro, del dominio, del poder.

Una historia que, mis queridos compañeros, resuena en la tierra martirizada de Chiapas.

Aquí como allá, la bestia que llaman crisis acostumbra ocultarse detrás de siglas y nombres. RSF. SAF. Zamzam. CH-95. El Fasher. Shell termobárica.

Aquí como allá, nombres evocados por reporteros se hacen carne y presencia, arrastran muerte, hambruna y catástrofe.

Aquí como allá,

la Hidra.

Kandakes

Kandake: título real utilizado en el antiguo reino de Kush para designar a una reina guerrera, evocada en contextos contemporáneos como símbolo de resistencia, fuerza y autoridad de las mujeres.

Sudán, 8 de abril de 2019

El régimen de Omar al-Bashir, en el poder desde hace 30 años, tambalea.

Después de años de represión y crisis económica, el pueblo estalla: tras el aumento del precio del pan, miles de sudaneses inundan las calles, en Atbara, Ghedaref, hasta Jartum.

En la capital, las manifestaciones se hacen masivas, todas están encabezadas por mujeres. Entre las barricadas y el humo de las llantas, el 70% de los manifestantes son estudiantas, madres, maestras, doctoras, vendedoras ambulantes.

Ante el patriarcado, la brutalidad de su ley moral, los latigazos, la mutilación genital y la segregación, Alaa Salah, 23 años, se hace vocera de la lucha. La Kandakeenciende a la multitud y desgarra el miedo.

“Las balas no matan, lo que nos mata es el silencio.”

Lejos de ser un símbolo, Alaa Salah es parte de un proceso colectivo que viene en camino desde hace años: las mujeres de Sudán ya han encabezado las revueltas en la historia reciente del país, en 1964 y 1985, y fueron protagonistas en la lucha por la igualdad y los derechos en los años 70, ahora se constituyen en la MANSAM, una plataforma que reúne mujeres de sindicatos y asociaciones civiles.

Exigen participación política, igualdad, una vida digna.

Tras 30 años de opresión genocida, el régimen cae. Las mujeres entran en la asamblea que deberá guiar la transición democrática.

Arde la esperanza.

Drones y janjawid

Janjawid: demonios a caballo. Milicias armadas árabes activas principalmente en Darfur, responsables de masacres, violaciones y saqueos .

Jartum, 25 de octubre de 2021

El general Abdel Fattah al-Burhan, comandante de las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) e integrante de la asamblea para la transición democrática, declara el estado de emergencia y disuelve la asamblea.

Teme la exclusión del ejército en la gestión del Estado y la intolerancia de la sociedad civil hacia su rol.

Lo hace con el apoyo de Hamdan Dagalo (Hemedti), jefe de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), un cuerpo especial integrado por los janjawid, paramilitares de origen árabe ya tristemente famosos por el conflicto en Darfur.

Tras dos años de gobierno militar, la cohabitación entre al-Burhan y Hemedti se quiebra: el general no ve con buenos ojos el poder político-militar de RSF – tropas bien armadas y adiestradas, todas de etnia árabe – y quiere incorporarlas al ejército regular.

Esa propuesta es inaceptable para Hemedti, pues implicaría el fin de su poder, particularmente arraigado en Darfur, la zona más fértil y rica en minas de oro de Sudán.

El 15 de abril de 2023, en pleno Ramadán, estalla la guerra civil en Jartum.

No hay un frente, pues ambas fuerzas están desplegadas en todo el país. Comienza una guerra asimétrica, donde los equilibrios cambian rápidamente. La guerra estalla en las ciudades, los territorios urbanos se enfrentan calle por calle. La catástrofe para los civiles no tiene salida.

Clanes y familias se parten: de repente, el hermano puede ser enemigo, puede estar con RSF o con SAF. Miles mueren. La cuenta más cara la pagan las mujeres: el precio de la rebeldía es la violación en masa, la deportación, la esclavitud sexual.

En un latido, el poder ha borrado años de lucha.

Después de los primeros meses, aunque no hayan frentes fijos el mapa del paìs esta partido en dos: SAF – es decir, el Estado o lo que queda de él – pierde el control de Jartum y se establece en el oriente del país, moviendo la capital a Puerto Sudán, en el mar Rojo, único punto de entrada y salida del país tras la destrucción del aeropuerto de Jartum.

Aunque pierde la capital, SAF mantiene la supremacía aérea gracias al uso indiscriminado de drones que llegan del extranjero, principalmente de Turquía e Irán.

RSF se establece en Jartum y mantiene un control radical, sobre todo en Darfur, verdadero centro de su poder económico militar.

Por casi dos años no hay cambios significativos en la línea del frente, aunque SAF avanza lenta pero inexorablemente hacia Jartum, donde entrará en mayo de 2025.

La guerra no termina. RSF se retira a Darfur y crea un Estado paralelo, que amenaza con partir en dos a Sudán.

Hoy, 4 de septiembre de 2025, la guerra civil ha agotado los recursos humanos y económicos del país. Sudán sufre la peor carestía que la humanidad ha conocido desde las guerras mundiales. Una persona de cada cinco está desplazada, no posee nada más que lo que lleva puesto y no tiene dónde ir.

El precio de la comida rebasa los precios europeos. El fantasma del hambre está en la puerta.

Ambos bandos han cometido atrocidades innombrables: bombardeos de mercados y civiles, reclutamiento de niños soldados, saqueo y destrucción.

Es imposible contar cuántas mujeres han sido secuestradas, violadas, esclavizadas.

En las zonas occidentales del país, la violación se ha vuelto práctica común, en el intento de forzar la sustitución étnica.

As-ṣalātu khayrun min an-nawm.Rezar es mejor que dormir

Ṣalāt al-fajr: la oración del alba, primera de las cinco oraciones diarias prescritas. Se realiza poco antes del amanecer; es signo de vigilancia y devoción.

Puerto Sudán, una mañana de mayo, 4 a.m.

El llamado del muecín me despierta como siempre – pues supongo que para eso sirve. Suelo contestarle con un rencoroso “mierda”, pero hoy no.

Los drones han caído toda la noche sobre la ciudad, y me alegra escuchar su rezo. Sé que con el amanecer parará el bombardeo.

Otro día empieza, las columnas de humo son los únicos testigos de los drones.

En el desayuno, ninguno de mis colegas dice nada. Ya lo tenemos normalizado.

Los drones, la nueva arma de RSF, despegan desde Somaliland y llegan aquí, a Puerto Sudán, golpeando depósitos militares, instalaciones del gobierno, almacenes de gasolina, el aeropuerto.

De vez en cuando, la contraofensiva aérea de SAF acierta y se ve un estallido rojizo en el cielo nocturno.

Los drones de RSF, la defensa aérea de SAF.

No.

Los drones de Emiratos Arabes Unidos, la defensa aérea de Rusia y China.

¿Qué hay en Sudán más allá de polvo y desierto?

Sudán y la geopolítica del colapso

Colapso: Una disminución drástica de la población humana y/o de la complejidad política, económica y social, en una amplia región geográfica y durante un período prolongado.

Planeta Tierra, justo ahora

La guerra en Sudán no es un conflicto local. El desierto del Sahel y Sudán en particular se han convertido en un campo de batalla donde chocan intereses globales, una manifestación más de la guerra de desgaste integral que ya no se libra entre bloques ideológicos, sino entre corporaciones transnacionales, estados fallidos, milicias privadas y superpotencias en disputa por recursos y rutas.

Sudán es mucho más que arena. Bajo su superficie hay minas de oro controladas por grupos armados, tierras fértiles capaces de alimentar millones, yacimientos de uranio aún no explotados, y un acceso geoestratégico al Mar Rojo, por donde circula más del 12% del comercio marítimo global.

Quien controle Sudán, controla una porción del mundo que viene.

RSF recibe financiamiento directo de Emiratos Árabes Unidos, armas y drones a través de Somaliland, y apoyo logístico de redes transnacionales vinculadas al comercio ilegal de oro. SAF, por su parte, está respaldada por Rusia, que busca acceso al Mar Rojo para su flota militar.

Técnicos rusos asesoran la defensa aérea en Port Sudán, y aunque Wagner ya no existe oficialmente, sigue operando bajo otros nombres, con contratos mineros y presencia mercenaria. El 87% del armamento que utiliza SAF proviene de Rusia, lo que convierte al Kremlin en su principal proveedor de guerra.

Al interés de la industria de guerra se suma el valor de Sudán en cuanto nudo estratégico. China protege sus propios intereses logísticos: controla refinerías, participa en la extracción minera, desarrolla infraestructuras clave – como el ferrocarril, el puerto, las represas – y no quiere perder su inversión. Port Sudán y el Mar Rojo también le importan: un Sudán funcional es una pieza vital para el buen éxito de la Nueva Ruta de la Seda. China asesora la estabilidad de Sudán por puro cálculo comercial. Egipto, por otro lado, respalda a SAF por miedo: teme un Sudán roto y radicalizado. La presa del Nilo Azul está río abajo y El Cairo no puede arriesgarse a perder el agua que alimenta su subsistencia.

Lo que se libra en Sudán es una guerra por encargo, un despojo sin nombre oficial ni invasiones abiertas. Una guerra donde las grandes potencias externalizan la violencia: entrenan, financian, arman, saquean, y luego se retiran. La guerra civil en Sudán, como toda guerra, no es local. Es una más entre las muchas cabezas de la Hidra, otro despiadado intento de aplastar los pueblos, la memoria, la vida.

Aquí como allá, nos queda estar de pie.

Impedir que la memoria se pierda entre el viento y las arenas. Impedir que las mentiras oculten los rostros, las voces, los silencios y la verdad.

De aquí voy a empezar.