Archivi tag: palestina

Semillas que brotan en el infierno

Proponemos un segundo artículo de la pagina web en italiano Il Rovescio como aportación al análisis de la guerra permanente del capitalismo y su forma colonialista. El texto analiza el colonialismo de asentamiento histórico mirándolo a través del genocidio en Gaza. Traducción de Nodo Solidale.

Vladimir Žabotinskij, fundador de la organización paramilitar sionista Irgun, lo admitía sin rodeos: «[Los palestinos] miraban a Palestina con el mismo amor instintivo y el mismo fervor con que cualquier azteca miraba a su México o cualquier sioux miraba a su pradera». El colonialismo sionista ha hecho todo lo posible por borrar esos paralelismos históricos. Pero el horror de Gaza nos permite ver en directo —equipados con todos los medios que el complejo científico-militar-industrial ha desarrollado entretanto— el exterminio de los nativos americanos o de los aborígenes de Australia.

Por eso es tan vertiginoso como necesario elaborar y poner en práctica una concepción de la historia more Gaza demonstrata.

Tomemos la conocida frase del historiador Patrick Wolfe (a quien debemos algunos de los estudios más precisos sobre el colonialismo de asentamiento): «La invasión colonial de una tierra para crear asentamientos es una estructura, no un acontecimiento». (De lo que se deduce el corolario: «La eliminación de los nativos es un principio organizativo»). Esta estructura hace que en 2025 siga siendo operativa la justificación jurídica de la expropiación colonial proporcionada en 1689 por John Locke (Segundo tratado sobre el gobierno): el propietario de la tierra no es quien reside en ella, sino quien la aprovecha. Definir como tierra de nadie (terra nullius) los entornos habitados por las poblaciones nativas es la piedra angular del asentamiento colonial. No se trata de un acontecimiento, precisamente, sino de una estructura. Tanto es así que las leyes sobre la terra nullius no fueron derogadas en Australia hasta 1992, cuando la tarea ya estaba prácticamente concluida. La expropiación no se llevó a cabo solo mediante la coacción física, sino también mediante contratos comerciales y tratados legales. Lo mismo ocurre con la colonización sionista: «La arquitectura de desplazamiento del régimen israelí utiliza muchos métodos diferentes, pero todos tienen un único objetivo: controlar la mayor cantidad de tierra posible manteniendo dentro la menor cantidad posible de palestinos, sin activar las alarmas internacionales, ya sea mediante la invención de «disputas inmobiliarias», la demolición de casas construidas «sin autorización», robando tierras y declarándolas «zonas militares», «yacimientos arqueológicos», «reserva natural» o «propiedad del Estado»; o simplemente frenando el crecimiento de las comunidades palestinas aislándolas y cortando sus vínculos económicos y sociales con las ciudades vecinas. El proyecto sionista ya ha creado las narrativas para legalizar y justificar la sustitución del nativo por el colono» (Mohammed El-Kurd, Vittime perfette e la politica del gradimento, Fandango, Roma, 2025). La famosa frase de Kafka —«las cadenas de la humanidad torturada están hechas de papel protocolo»— se aplica especialmente a las colonias. Es el soberano —en la era moderna, el Estado— quien decide quién es el legítimo propietario de la tierra. El Estado, producto y garante de la expropiación de tierras, revela precisamente en los colonialismos de asentamiento la relación de implicación recíproca entre la violencia extralegal y la extensión del imperio de la ley: la segunda consagra la primera, ocultándola. No es casualidad que el Estado sionista, único colonialismo de asentamiento que ha quedado inconcluso —una inconclusión que se llama resistencia palestina—, sea el único Estado del mundo que no tiene fronteras definidas. Cuanta más tierra se arrebata por la fuerza a los palestinos, más se expande el Estado israelí, con su jurisdicción correspondiente. «El colonialismo es el ladrón y, al mismo tiempo, el policía, que comete el delito y lo legaliza» (Mohammed El-Kurd). La relación que las leyes de Tel Aviv tienen con las acciones extralegales de los colonos contra los palestinos es la misma que las de Washington tenían con los robos y las matanzas cometidos por los cowboys contra los nativos americanos. Ni las «leyes fundamentales» de Israel ni la Constitución de los Estados Unidos admiten oficialmente el incendio de aldeas y la expulsión armada de sus habitantes por parte de ciudadanos particulares, pero lo que llamamos «Estado de Israel» y «Estados Unidos de América» no son más que la legalización de esas violencias. Cuanto más tiempo pasa, más se convierte el hecho consumado en un hecho jurídico. La diferencia entre los dos contextos es que, en el caso del sionismo, su «genocidio incremental» («la eliminación del nativo como principio organizativo») sigue en curso, mientras que la violencia contra los nativos americanos ha concluido, es decir, ha sido sancionada y ocultada.

El llamado «plan Trump» reconoce que el aliado sionista ha sufrido una amarga derrota (el intercambio de 2000 prisioneros palestinos por 20 prisioneros israelíes es la manifestación más inmediata y evidente). Así pues, el «principio organizativo» (anexionar la mayor cantidad de territorio palestino con la menor cantidad posible de palestinos) recurre a otros medios. Ese derecho legal de propiedad que suele servir para justificar a posteriori la expropiación violenta de tierras se convierte ahora en un requisito previo para futuras expropiaciones. He aquí, bien resumido, el mecanismo: «Las Naciones Unidas estiman que, después del 7 de octubre de 2023, casi dos millones de habitantes de Gaza han sido desplazados. En esencia, el 90 % de la población palestina ha tenido que abandonar sus hogares, o lo poco que queda de ellos. Para reclamar la propiedad de las tierras que han abandonado, deberían disponer de un título que los legitimara.

«El problema es que, en Palestina, especialmente en los territorios ocupados, el porcentaje de tierras e inmuebles debidamente registrados es, como mínimo, escaso. Israel siempre ha complicado los procedimientos de validación de los títulos de propiedad. […] El resultado es fácil de imaginar: los palestinos evacuados de Gaza y de otros territorios ocupados no podrán reclamar la propiedad de los terrenos seleccionados para la reactivación económica de la zona. […] Quizás los más disciplinados puedan servir en las mesas de los futuros complejos turísticos propiedad de los invasores» (Emiliano Brancaccio, Palestinos esclavos modernos: expropiados y convertidos en vagabundos, «il manifesto», 30 de septiembre de 2025).

Si queremos una imagen de brutal claridad sobre la relación entre la violencia y el derecho de propiedad, y sobre cómo el tecno-capitalismo borra la historia para imponer a los seres humanos vivir en una especie de obra permanente, aquí la tenemos: un poder construido en unas décadas anuncia la construcción de una «Nueva Gaza» sobre la milenaria que ha arrasado en veinticuatro meses.

El «plan de paz» está impulsado por la conciencia ubuesca de que la única manera de demoler incluso las ruinas es «equilibrarlas con edificios bonitos y bien ordenados». No solo complejos turísticos de lujo, sino también y sobre todo polos tecnológicos, gracias a los cuales transformar en un modelo internacional la «nación start-up»: el mundo-obra, el mundo-laboratorio. Como ha sido bien documentado (por ejemplo: https://merip.org/ 2025/10/the-military-backbone-of-normalization/), de hecho, la razón principal por la que casi todos los países árabes están a favor de este plan colonial y esclavista no es tanto y solo el negocio inmobiliario que se avecina, o una conveniencia política genérica, sino la voluntad de reforzar sus respectivos complejos científico-militares-industriales. Desde este punto de vista, la experiencia sobre el terreno de Israel en materia de vigilancia masiva, fusión civil-militar y guerra cibernética no tiene rival. Al reunir diferentes épocas en el mismo espacio-tiempo, el colonialismo inteligente actualiza continuamente las tres alianzas más funestas de la historia: «tinta, técnica y muerte» (Karl Kraus); «dinero, maquinaria y álgebra» (Simone Weil); «Estado, ciencia e industria» (Jean-Marc Royer). En un escenario de guerra mundial, de trastornos medioambientales y de políticas de «racionamiento» del acceso a bienes, servicios o zonas geográficas, todos los poderes quieren comprar un know-how similar. Mientras que el transhumanismo de derecha e izquierda quiere hacernos creer que se puede vivir en las nubes (cloud), Gaza pone al descubierto que el desarrollo tecno-militar es el brazo armado de la expropiación de la tierra, producto y al mismo tiempo gendarme de esa larga «guerra contra la subsistencia» (Ivan Illich) que es la modernidad capitalista industrial.

Mientras que en esa franja de tierra «se rompe el mito de la invencibilidad colonial», estar del lado de la resistencia palestina no significa situarse de forma autocomplaciente «en el lado correcto de la historia», sino elegir su parte maldita, sus «clases aniquiladas», sus «semillas capaces de germinar en el infierno».

«El eslogan Todos somos palestinos debe abandonar la metáfora y manifestarse materialmente. Porque Gaza no puede luchar sola contra el imperio. […] Somos, sin lugar a dudas, sujetos de conquista y colonización, pero también somos mucho más. En cada giro de nuestra sangrienta historia, hemos sido brutalizados, huérfanos de nuestros seres queridos, expropiados, exiliados, hambrientos, masacrados y encarcelados, pero nos hemos negado, para gran consternación del mundo, a someternos. Por cada masacre e invasión, ha habido y hay hombres y mujeres que empuñan armas, tanto artesanales como sofisticadas —cócteles molotov, rifles, hondas, cohetes— para luchar. Siempre ha habido lucha, siempre han florecido los jazmines» (Mohammed El-Kurd).

Arar el Campo de la Esperanza

Recibimos, publicamos y compartimos estas reflexiones del compañero Vito, de Terra Insumisa (Sicilia, Italia), quien se encuentra ahora en la isla de Creta, como integrante de la Global Sumud Flotilla, arreglando los barcos que fueron atacados y dañados en alta mar por los drones israelíes.

Arar el Campo de la Esperanza: Un Grito Contra los Juegos de Poder, por la Vida (por Vito – Terra Insumisa)


Les escribo desde Creta, desde el puerto de Ierapetra, donde mis manos están ocupadas en reparar las embarcaciones golpeadas por los drones. Pero esto no es solo un relato de reparaciones. Es una restitución, un intento de dar sentido a la misión que estamos llevando a cabo, una misión que busca poner en navegación no solo embarcaciones, sino la vida y la esperanza mismas.

En este momento difícil, mientras palabras de desconfianza y traición intentan insidiosamente socavar nuestra determinación, es fundamental reafirmar quiénes somos. Estas manos y este corazón están con las personas en el mar, con las Flotillas por la Vida y contra la muerte. No somos políticos de sonrisas falsas, cuya política ya nos ha roto el alma demasiadas veces. Al contrario, nuestro punto de partida es otro: es un grito para romper el asedio.

Un grito de partida. Al principio no hay la palabra calculada, sino el grito. Un grito de tristeza, de horror, de rabia y de rechazo ante la mutilación de las vidas humanas perpetrada por el capitalismo. El pensamiento nace de la rabia, no de la pose de la razón. El grito contra todas las guerras capitalistas no es un simple eslogan, sino la articulación de un profundo disenso que nace de la experiencia. Vemos nuestras escuelas invadidas por soldados, nuestra tierra llenarse de F-35, los mismos aviones que siembran muerte en la tierra de nuestros hermanos y hermanas en Palestina. Vemos la política armando a los poderosos y llevando miseria a las niñas y niños hambrientos. Esta rabia no es un fenómeno aislado; es la conciencia de que el mundo es fundamentalmente erróneo, que estas injusticias no son casuales sino parte de un sistema.

Este grito, sin embargo, no es desesperación. Es un grito a dos dimensiones: la rabia que nace de la experiencia presente lleva consigo una esperanza, la proyección de una alteridad posible.
Es un rechazo a aceptar lo inaceptable: que la lógica de la muerte deba prevalecer, que los juegos de poder deben seguir envenenando las raíces de las misiones por la vida. Lo que enfrento, lo que enfrentamos no es simplemente un conflicto entre naciones o un acto de guerra aislado. Es una forma de violencia organizada, un conglomerado de intereses que involucra el aparato estatal, la iniciativa privada y las mafias criminales. Esta violencia es la expresión de un orden patriarcal y capitalista que se ha construido históricamente a través de la guerra, la apropiación de los cuerpos y la destrucción del territorio. Cuando vemos los ataques de los NarcoEstados o la lucha contra un genocidio, estamos asistiendo a las manifestaciones de este sistema global. En América Latina, en Palestina, como en otros lugares, el capitalismo está asumiendo un perfil cada vez más mafioso y criminal, donde las prácticas ilegales se convierten
en el núcleo de la acumulación.

Es por esto que la lógica de la política tradicional, la de los juegos de poder, resulta no solo ineficaz, sino tóxica. La idea de cambiar el mundo tomando el poder, conquistando el Estado, es un paradigma que ha dominado el pensamiento revolucionario durante más de un siglo, pero que ha demostrado su fracaso. El Estado no es un instrumento neutro que puede ser usado para el bien; está profundamente integrado en la red de relaciones sociales capitalistas. Intentar usar el Estado para cambiar la sociedad significa caer en la trampa de adoptar la lógica misma del poder que se quiere combatir. La lucha se pierde no cuando se es derrotado, sino cuando se adopta el lenguaje y los métodos del poder.
Nuestra misión, por lo tanto, se sitúa fuera de esta lógica. Nosotros, gente de la tierra, nos movemos no para conquistar el poder, sino por la vida que llevamos y por el pueblo que somos. El desafío revolucionario hoy es precisamente este: cambiar el mundo navegando.

Si la toma del poder no es el camino, ¿cuál es la alternativa? La respuesta se encuentra en las prácticas de los pueblos en movimiento, que crean otros mundos aquí y ahora. Nuestra acción, como la de los zapatistas en Chiapas o los movimientos indígenas en Bolivia, no está dirigida a un objetivo futuro, sino que es en sí misma la prefiguración de la sociedad por la que luchamos. La resistencia no es solo decir “no”, sino también construir, crear relaciones sociales diferentes alas capitalistas.

bandera zapatista

Las Flotillas por la Vida son una de estas grietas en el sistema. En un mundo dominado por la lógica de la muerte, la militarización y el lucro, una acción que lleva vida y esperanza es un acto de profunda subversión. Es la afirmación del “poder-hacer” (nuestra capacidad creativa y colectiva) contra el “poder-de-arriba” (la dominación y la opresión). Es un acto de dignidad: el rechazo a aceptar la humillación y la deshumanización, un rechazo que lleva consigo el proyecto de la humanidad que nos es negada. Esto también significa superar una visión que separa las luchas. La frase “si tocan la Flotilla se bloquea todo” es correcta, pero debe ampliarse: “si no imponen el embargo a Israel, si no detienen todas las guerras capitalistas, bloqueamos todo”. La rabia contra la militarización de nuestras vidas y de nuestro suelo es el surco a trazar para unirnos. La lucha por Palestina es la lucha contra la militarización de la tierra, contra la violencia de los NarcoEstados, contra toda forma de opresión capitalista.

Mientras espero volver a poner en el mar estas embarcaciones, la pregunta fundamental que me hago es si nuestro corazón está listo para luchar al lado de estos pueblos. Esta lucha no busca aplausos ni lugares cómodos. Es una práctica diaria de resistencia y creación, una acción que, al igual que la de los zapatistas, desarrolla economía, salud y educación dentro y para la resistencia misma. Reparar una embarcación se convierte así en un acto político, una forma de tejer relaciones de solidaridad, amor y comunidad frente a la reducción de cada relación a mercancía. Es la materialización de la esperanza no como un piadoso deseo, sino como una práctica concreta de liberación. Nuestra misión es un fragmento de ese otro mundo que estamos construyendo, un mundo basado en la dignidad y el respeto mutuo.

Nuestro grito contra todas las guerras capitalistas sigue resonando desde este puerto. Es un grito que une nuestra acción aquí, en Creta, con la resistencia en Palestina y la de todos los pueblos que luchan. Es la conciencia de que nuestra lucha es una sola, indivisible.
Porque hoy es Palestina, pero mañana seremos Nosotros y Nosotras.

PER LA SUMUD, PER LA RESISTENZA CHE SIAMO (ITA)

Global sumud è la rottura degli argini.

Le barriere non reggono più: le letture diverse di un conflitto secolare si intrecciano e frantumano finalmente il silenzio.
È lo scacco matto che ribalta la partita: non abbiamo bisogno di chiedere permesso, siamo già oltre.
La flotilla non è solo legno e vele: è un dono, una dichiarazione di appartenenza a una scelta politica giusta e necessaria.
Abbiamo già vinto.
I carnefici di questo genocidio ci hanno riconosciuto come un nemico, identificato, minacciato, attaccato.
Ma la flotilla è ancora lì nel nostro Mediterraneo e noi a terra siamo centinaia di migliaia, gridando NO a un genocidio in diretta.

I migrantx mortx sono i nostri compagnx invisibili e silenziosi: i loro corpi respinti e abbandonati nella più pericolosa delle traversate, i loro nomi cancellati dall’oblio, dimenticati dai potenti ma vivi nella memoria di chi li cerca, risuonano in ogni onda. Sono parte del mare che ci porta e ci sostiene, della mano argentata che attraversa la notte.

I lavoratori portuali del Mediterraneo sono anch’essi parte del mare: mani e corpi che custodiscono e sfidano le correnti e che ora bloccano, minacciano, tengono sotto pressione il cuore produttivo di queste acque.

Le barche che navigano verso Gaza, come quelle che resteranno ferme, respinte dai porti se necessario, diventano quindi bandiere di ribellione, risposte viventi a quel grido muto, onde di coraggio che sfidano il silenzio e portano con sé la dignità di chi non si piega e non si arrende.

Sumud è restare, resistere, agire davanti alla barbarie.
È un gesto collettivo che abbatte le frontiere, una poesia scritta con acqua salata e sudore, una promessa che non può essere bombardata, sequestrata, torturata…
Sumud è il filo che ci tiene unitx attraverso mari e continenti.
La certezza che ogni porto negato genera mille altri approdi, che ogni nave fermata moltiplica il desiderio di navigare ancora sulla rotta della giustizia.
Non è solo resistenza: è un esercizio di futuro.
È la certezza che è la dignità che scrive la storia e che i popoli che scelgono di resistere sono già liberi, anche prima della vittoria.
E quando le nostre barche solcano il mare, non trasportano solo corpi: portano un mondo possibile.
Un mondo che non conosce muri, né assedi, né silenzi imposti.

Questo è il vento che ci spinge.
Questo è il mare che ci sostiene.
Questo è il nostro scacco matto alla barbarie.

E il nome di tutto questo è Sumud.
Buon vento.