Del método Yakarta al método Gaza

Proponemos el primero de dos artículos de la pagina web in italiano Il Rovescio como aportación al análisis de la feroz fase actual e histórica del capitalismo, entendido como un sistema de guerra perenne. El texto fue escrito para lectores italianos, hay algunas referencias especificas a la historia de este país, sin embargo sentimos que su lectura aporta mucho para una mirada critica internacionalista. Traducción de Nodo Solidale.

Del Método Yakarta al Método Gaza

En 2021 se publicó en Italia, traducido por Einaudi, un libro importante que, al menos en los círculos subversivos, pasó prácticamente desapercibido. Se trata de Il Metodo Giacarta. La cruzada anticomunista de Washington y el programa de asesinatos en masa que han moldeado nuestro presente. En este texto, el periodista californiano Vincent Bevins demuestra, de forma amplia y precisa, que el golpe de Estado llevado a cabo en Indonesia en 1965 con el apoyo Estados Unidos fue un episodio central de la Guerra Fría porque representó, precisamente, un método.

Leer el libro de Bevins mientras se está llevando a cabo el genocidio del pueblo palestino elimina toda distancia histórica de la lectura, lanzándonos al presente.

El método Yakarta

«Entre 1954 y 1990 surgió en todo el mundo una red informal de programas anticomunistas de exterminio apoyados por Estados Unidos que cometió asesinatos en masa en al menos veintitrés países. No hubo un plan general, ni una sala de control en la que se orquestara todo, pero creo que los programas de exterminio en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Corea del Sur, El Salvador, Filipinas, Guatemala, Honduras, Indonesia, Irak, México, Nicaragua, Paraguay, Sri Lanka, Sudán, Taiwán, Tailandia, Timor Oriental, Uruguay, Venezuela y Vietnam estaban relacionados entre sí y desempeñaron un papel crucial en la Guerra Fría. (Y no incluyo las intervenciones militares directas ni a los inocentes que perdieron la vida en la guerra como «daños colaterales»). Los hombres que ejecutaron intencionadamente a disidentes y civiles indefensos aprendían unos de otros; adoptaban métodos ya aplicados en otros países; a veces incluso llamaban a sus operaciones como otros programas que querían emular. He encontrado pruebas que vinculan indirectamente la metáfora «Yakarta», tomada del mayor y más importante de estos programas, con al menos once países (doce, si tenemos en cuenta Sri Lanka, donde el Gobierno aplicó lo que denominó «solución indonesia»). Pero incluso los regímenes que nunca se vieron influenciados por este lenguaje particular habían visto muy claramente lo que había hecho el ejército indonesio y el éxito y el prestigio que sus acciones habían aportado a su país en Occidente. Y aunque algunos de estos programas se llevaron a cabo de forma deficiente y arrasaron con espectadores inocentes que no representaban ninguna amenaza, en realidad lograron eliminar a los verdaderos opositores al proyecto global liderado por Estados Unidos. Una vez más, Indonesia es el ejemplo más importante. Sin el exterminio del PKI [Partido Comunista Indonesio], el país no habría pasado de Sukarno a Suharto. Incluso en los países donde el destino de los gobiernos no estaba en juego, los asesinatos en masa mostraban lo que le sucedería a quienes se resistieran: una forma eficaz de terror de Estado que también se aplicó en las regiones circundantes. [] Quiero afirmar que esta red informal de programas de exterminio, organizada y justificada por principios anticomunistas, desempeñó un papel muy importante en la victoria de los Estados Unidos y que esa violencia ha influido profundamente en el mundo en el que vivimos hoy».

Una eficacia despiadada

«Indonesia se convirtió realmente en un «socio dócil y complaciente» de Estados Unidos, lo que explica por qué hoy en día tantos estadounidenses apenas han oído hablar de ese país. Pero en aquella época las cosas eran muy diferentes. La aniquilación del tercer partido comunista del mundo y el surgimiento de una dictadura fanáticamente anticomunista sacudieron violentamente a Indonesia y provocaron un tsunami que llegó a casi todos los rincones del mundo. A largo plazo, la forma de la economía global cambió para siempre. Además, la magnitud de la victoria anticomunista y la despiadada eficacia del método empleado inspiraron programas de exterminio que tomaron el nombre de la capital indonesia.

En pocas palabras

«Además, todos hemos tenido el capitalismo americanocéntrico que quería Washington. Basta con mirar a nuestro alrededor», dijo señalando su ciudad y todo el archipiélago indonesio que lo rodeaba.

¿Cómo ganamos?, pregunté.

Winarso se detiene: «Nos mataron».

Las cifras de una masacre

Por sí solo, el mapa titulado «Los programas de exterminio anticomunista, 1945-2000» y publicado como apéndice del libro de Bevins cuenta una historia tan feroz que simplemente deja atónito lo poco presente que está en la conciencia colectiva. Estos son los lugares, las fechas y las cifras:

México 1965-1982: 1300

Honduras 1980-1993: 200

Nicaragua 1979-1989: 50 000

Guatemala 1954-1996: 200 000

Venezuela 1959-1970: 500-1500

El Salvador 1979-1992: 75 000

Colombia 1985-1995: 3000-5000

Países miembros de la Operación Cóndor (la alianza anticomunista entre Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay), años setenta y ochenta: 60 000-80 0000

Irak 1963 y 1978: 5000

Irán 1988: 9000 («el único caso en el que la violencia fue perpetrada por un adversario geopolítico de los Estados Unidos»)

Sudán 1971: algo menos de 100

Sri Lanka 1987-1990: 40 000-60 000

Tailandia 1973: 3000

Corea del Sur 1948-1950: 100 000-200 000

Taiwán 1947: 10 000

Filipinas 1972-1986: 3250

Vietnam, Operación Fénix 1968-1972: 50 000

Timor Oriental 1975-1999: 300 000

Indonesia 1965-1966: 1 000 000

«Yakarta está llegando»

O simplemente «YAKARTA» son las inscripciones que, en 1972, aparecen en varias ciudades de Chile y que los militantes de izquierda reciben por correo. Los responsables de la operación son el grupo fascista Patria y Libertad y la sección chilena de la organización anticomunista brasileña Tradición, Familia y Propiedad —base social del golpe militar de 1964 en Brasil—, ambas financiadas por la CIA. El 11 de septiembre de 1973 se produce el golpe de Estado. Cuando miles de «rojos» son reunidos en el Estadio Nacional para ser interrogados, torturados y asesinados, los que presiden las operaciones son consejeros militares brasileños. La DINA, la feroz policía secreta de Pinochet creada por la CIA, asesina en pocos días a tres mil opositores.

La violencia contra los indígenas y los disidentes en Guatemala fue promovida por la Mano Blanca (una organización racista y ferozmente anticomunista) con el apoyo de los Boinas Verdes estadounidenses. «Entre 1978 y 1983, el ejército guatemalteco asesinó a más de doscientas mil personas. Aproximadamente un tercio de ellas, sobre todo en las zonas urbanas, fueron secuestradas y «desaparecidas». La mayoría de las demás eran indígenas mayas masacrados al aire libre en los campos y montañas donde sus familias habían vivido durante generaciones». En 1982 fueron exterminadas aldeas enteras. «En Indonesia, el asesinato en masa puede que no haya sido genocidio, sino solo asesinato en masa anticomunista. En Guatemala fue un genocidio anticomunista».

En 1979, para acabar con el Nicaragua sandinista, Estados Unidos desplegó a los contras, fuerzas anticomunistas financiadas por la CIA y entrenadas por Argentina, Guatemala y Chile como continuación de la Operación Cóndor (con la que «el fanatismo anticomunista conquistó el continente» latinoamericano). En una reunión organizada por el embajador de Estados Unidos en España, los equipos especiales argentinos y guatemaltecos siguen hablando del «Plan Yakarta».

¿Por qué «Yakarta»?

Operación Aniquilación

Operasi Penumpasan. Así se llama la operación lanzada el 8 de octubre de 1965 por el ejército indonesio contra los comunistas. En unos seis meses, un millón de personas son exterminadas y otras tantas son encerradas en campos de concentración. Preparado por la CIA desde 1958 siguiendo el modelo del golpe de Estado en Guatemala, el golpe del general Suharto reproduce hasta el más mínimo detalle la forma en que se impuso la dictadura en Brasil el año anterior. La ideología es la proporcionada por la «teoría de la modernización», según la cual, en determinados contextos, es el ejército el que debe eliminar por la fuerza todo lo que se opone a la modernización capitalista de un país. Es el ejército modernizador guatemalteco el que, en 1954, permite, mediante un golpe de Estado, asegurar el control de la producción agrícola a la United Fruit Company. Lo mismo ocurrirá con la ITT en el Chile del general Pinochet, así como, en 1976, tras el golpe de Estado del general Videla, en Argentina, donde «la empresa automovilística Ford y el Citibank colaboraron en la desaparición de trabajadores pertenecientes al sindicato». Pero el modelo que sigue el general Suharto para «erradicar de raíz» la presencia comunista (hablamos, entre el PKI, el sindicato de trabajadores, el frente campesino, la organización estudiantil y el Gerwani, es decir, el movimiento de mujeres, de algo así como diez millones de personas) se inspira, en las técnicas de propaganda, en las experimentadas por la CIA en el golpe de Estado de Brasil de 1964. Se inventa un plan secreto comunista para atacar al ejército y tomar el poder, con brujas comunistas que castran a los oficiales mientras duermen y luego bailan desnudas alrededor de los cadáveres mutilados. Se erige un monumento a los militares golpistas asesinados por los comunistas, se producen películas para proyectar oficialmente cada año y se transforma el día de las fuerzas armadas en la celebración de la aniquilación de los enemigos de la nación. El ejército se convierte en el centro organizativo de la modernización.

«Un año después de un golpe de Estado en la nación más importante de América Latina, inspirado en parte por una leyenda sobre soldados comunistas que apuñalan a generales mientras duermen, el general Suharto le cuenta a la nación más importante del sudeste asiático que los comunistas y los soldados de izquierda se llevaron a los generales de sus casas en medio de la noche para matarlos lentamente a puñaladas, y luego ambas dictaduras militares anticomunistas, alineadas con Washington durante décadas, celebran el aniversario de estas rebeliones de manera muy similar». A partir de 1958, la Fundación Ford organiza viajes de estudio a Estados Unidos para jóvenes oficiales indonesios, que reciben formación, entre un curso sobre la economía estadounidense y veladas en locales de “table dance”, en las bases militares de Kansas.

¿Eran Brasil en 1964 e Indonesia en 1965 países al borde de la revolución? En absoluto. En el primer caso, algunas tímidas reformas que no gustaban a los terratenientes; en el segundo, un gobierno que, con el congreso de Bandung de 1955, se puso al frente de los países que acababan de salir del juego colonial o que tenían intención de hacerlo, un gobierno —el de Sukarno— apoyado por los nacionalistas, los islamistas e incluso por el PKI, partido cuya estrategia era totalmente socialdemócrata. Países que no estaban lo suficientemente alineados con Washington y su guerra contra el comunismo. Bevins sostiene que los golpes de Estado en Brasil e Indonesia, con su efecto dominó, fueron los acontecimientos decisivos de la Guerra Fría, que no se libró tanto y solo con misiles nucleares y napalm, sino con políticas de exterminio en las colonias o excolonias. Hasta tal punto que la victoria de Estados Unidos en Indonesia (y en Timor Oriental, donde Suharto asesinó a un tercio de la población) compensó la derrota en Vietnam.

La diferencia entre Brasil e Indonesia es que, cuando, una vez alcanzada la modernización, terminaron las respectivas dictaduras militares, en el país latinoamericano la «reconciliación nacional» tuvo que hacer frente a los asesinados y los desaparecidos, mientras que el exterminio indonesio fue simplemente borrado, con toda una población literalmente embrujada. Una militante nonagenaria, superviviente de la detención y la tortura, le cuenta a Bevins que para los habitantes del barrio en el que vive sigue siendo una bruja comunista.

Silencio

«El objetivo de la violencia era su silencio. Las fuerzas armadas no supervisaron el exterminio de todos y cada uno de los comunistas, presuntos comunistas o simpatizantes comunistas del país: habría sido casi imposible, dado que aproximadamente una cuarta parte del país tenía alguna afiliación con el PKI. Una vez que las masacres se generalizaron, se hizo extremadamente difícil encontrar a alguien que admitiera tener alguna relación con el PKI.

Alrededor del quince por ciento de las personas capturadas eran mujeres. Fueron sometidas a violencias particularmente crueles y de género que se derivaban directamente de la propaganda difundida por Suharto con la ayuda de Occidente. Sumiyati, miembro de Gerwani, escapó de la policía durante dos meses antes de entregarse. La obligaron a beber la orina de sus torturadores. A otras mujeres les cortaron los pechos o les mutilaron los genitales; las violaciones y la esclavitud sexual eran prácticas generalizadas.

Las listas de personas a eliminar no solo fueron facilitadas al ejército indonesio por funcionarios del Gobierno de los Estados Unidos: algunos directivos de plantaciones de propiedad estadounidense proporcionaron los nombres de sindicalistas y comunistas «incómodos» que luego fueron asesinados.

[…] Estados Unidos contribuyó a la operación en todas sus fases, desde mucho antes del inicio de las masacres hasta que cayó la última víctima y el último preso político salió de la cárcel, décadas después, torturado, marcado por las cicatrices y perdido».

El método Gaza

Tras la caída de la URSS, el concepto de «comunismo» fue sustituido por el de «terrorismo». En la cruzada mundial «antiterrorista» que se desplegó sobre todo a partir de 2001, Israel desempeñó, como era de esperar, un papel crucial. Si bien el concepto de «terrorismo» se remonta a Babeuf, el paradigma operativo del rebelde como «terrorista» es, de hecho, típicamente colonial. Y la historia nos enseña que todo lo que se experimenta en las colonias —desde los bombardeos aéreos sobre civiles hasta la detención administrativa, desde las técnicas de tortura hasta la arquitectura de la ocupación— tarde o temprano vuelve. Los primeros campos de concentración (en sentido literal: campos de concentración) fueron creados por España en Cuba en 1896, replicados en Filipinas (por España y posteriormente por Estados Unidos) y luego en Sudáfrica por el Imperio Británico, hasta convertirse en el emblema mismo del nazismo. Los métodos empleados en Argelia serán enseñados por la policía militar francesa a las policías militares y secretas de Brasil, Guatemala, Chile, Argentina… La represión «anticomunista» más feroz de América Latina tiene lugar allí donde el enemigo de la nación y el salvaje anticivil se confunden: en Guatemala. Al igual que en la eliminación histórica del exterminio en Indonesia y Timor Oriental (donde se elimina a un tercio de la población), pesa el hecho de que los asesinados no fueran blancos.

El espacio intermedio entre las colonias y el territorio nacional son las zonas fronterizas. No es casualidad que la violencia fascista, en Trieste y sus alrededores, afectara primero a las poblaciones eslavas y luego a los italianos «rojos», con métodos a medio camino entre la expedición punitiva y las técnicas militares de guerra, y creó al «eslavo-comunista» como enemigo nacional, versión blanca del indígena maya-comunista de Guatemala (donde las prácticas de exterminio llevadas a cabo por el ejército guatemalteco se realizaron con el entrenamiento y la supervisión del ejército israelí). Y no es casualidad que los primeros en experimentar en carne propia, en la Italia de los años sesenta, la tortura como método militar fueran los secesionistas tiroleses (al frente de las operaciones contra ellos encontramos a los mismos personajes de la Oficina de Asuntos Reservados que planificó la masacre de Piazza Fontana). Si la legislación italiana «antiterrorista», desde 1980 en adelante, ha sentado precedente a nivel internacional (anticipándose a la europea de los años 2000) y la prisión de guerra 41 bis es hoy estudiada por el Estado chileno, no debe sorprender que los más acérrimos defensores de Netanyahu (los demás lo apoyan con mayor discreción) sean los exponentes de esa derecha anticomunista y antisemita heredera de la Guardia de Hierro filonazi (Orban), del Método Yakarta y de la Operación Cóndor (Bolsonaro y Milei) y del ejército como baluarte contra los maricones y los rojos (Vannacci). O los afrikaners, cuya potencia tecnológica confiere a su supremacismo una dimensión incluso cósmica (pensemos en Elon Musk y Peter Thiel).

Pero también la izquierda institucional ha recogido la enseñanza del Método Giacarta (no en vano Berlinguer justificaba el «compromiso histórico» refiriéndose explícitamente al golpe de Estado de Pinochet, como antes Togliatti justificó el «giro de Salerno», operado en obediencia a Moscú, para evitar una «situación a la griega», es decir, el enfrentamiento con la CIA), alineándose activamente —con cuestionarios, denuncias a la policía, la «línea de firmeza» en el caso Moro— con la represión «antiterrorista», hasta el inmundo eslogan «el proletariado salvará al Estado».

Es el colonialista quien define quién es el indígena; es el inquisidor quien establece quién es la bruja; es el supremacista blanco quien establece quién es el negro; es el antisemita quien define quién es el judío; es el sionista quien establece quién es el antisemita; es el anticomunismo quien establece quién es el comunista; es el antiterrorismo quien establece quién es el terrorista. Preguntarse por la sustancia social, política u ontológica de estas categorías de parias no solo es engañoso, sino que implica deslizarse por el terreno del poder acusador, de su propaganda y de su guerra psicológica.

Mientras asistimos al declive del imperio estadounidense, con las declaraciones de Trump sobre la anexión de Canadá y la conquista de Groenlandia, con los buques nucleares estadounidenses desplegados en el Indo-Pacífico y frente a Venezuela, y con el Pentágono rebautizado sin rodeos como Departamento de Guerra, debemos comprender que Gaza no es un horror contra el que reclamar desde abajo el respeto del Derecho internacional o la democracia, sino un método que resume toda una historia de masacres y que sirve de advertencia para todos los palestinizables del mundo.

La orden ya se ha dado

«Nos inspiramos en la estrategia de Haussmann para el París del siglo XIX», se lee en el documento Gaza Reconstitution, Economic Acceleration and Transformation (GREAT). Como es sabido, el barón von Haussmann destruyó el antiguo París de callejuelas y calles estrechas (que facilitaban las barricadas y las insurrecciones) y lo reorganizó en amplios bulevares que facilitaban el paso de la caballería y el desplazamiento de las tropas por la zona urbana. Aún hoy, la arquitectura imperial es parte integrante de la contrainsurgencia, es decir, de la continuación del colonialismo en el espacio urbano. Sin destruir las calles, los túneles y la resistencia de Gaza, no se pueden construir los polos tecnológicos ni edificar, sobre decenas de miles de cadáveres, los hoteles de lujo. El terrorista, tanto en Palestina como en Occidente, es cualquier bárbaro que se oponga al destino manifiesto del imperio. El lenguaje cada vez más explícitamente religioso y «mesiánico» (mejor dicho, teocrático) nos informa de que cuanto más imposibles parecen los objetivos, más desmesurados y totales se vuelven los medios. Hoy en día, el Método Yakarta, dotado de todas las herramientas que el complejo científico-militar-industrial ha preparado entretanto, está encabezado por un promotor inmobiliario y respaldado por transhumanistas que disponen de todos los medios de poder para sus delirios. Lo más absurdo es explicarle al rey Ubu que es una locura pensar en deportar a dos millones de palestinos para construir una costa de lujo.

La solidaridad internacionalista con la resistencia palestina debe reforzarse con la conciencia de que algo similar ya ha ocurrido. Los hoteles y clubes de Bali, destino turístico y sexual de los blancos ricos de Occidente, se construyeron literalmente sobre la Operación Aniquilación (que solo en esa isla indonesia exterminó al cinco por ciento de la población, es decir, a ochenta mil personas). La arena sobre la que se construyeron los complejos turísticos y los clubes de playa donde «los blancos pueden permitirse comprar hospitalidad de lujo, o sexo, a la población local», es «la misma arena donde los militares llevaron a personas de Kerobokan, a pocos kilómetros al este, para matarlas durante la noche».

«Tenía que matar a los comunistas para que los inversores extranjeros pudieran traer aquí su capital», dice Ngurath Termana.

Que la revuelta que se está produciendo en Indonesia haga saltar por los aires esos complejos turísticos y la infame violencia sobre la que se construyeron.

Una creencia insostenible

En una entrevista concedida a «Jacobin Italia» poco después de la traducción al italiano de su libro, Bevins decía:

«No creo que esta historia haya terminado. Con el paso del tiempo, los temas de este libro han resultado ser más actuales de lo que me hubiera gustado, y el anticomunismo es un fantasma del pasado que puede resurgir en cualquier momento y con más fuerza aún. Aunque la hegemonía de Estados Unidos se ejerce a través de métodos diferentes y ha perdido poder frente a China, sigue siendo, con diferencia, el país más poderoso y no hay razones para creer que algo que ocurrió en el pasado no pueda repetirse. Es una especie de creencia automática que considero insostenible. Y puedo afirmarlo porque los chilenos y los indonesios pensaban exactamente lo mismo. Muchos de ellos me dijeron que si les hubiera preguntado un año antes de la masacre si era posible, habrían dicho que no. Por ejemplo, los chilenos pensaban: «No, vamos, estamos en los años setenta y no estamos en Guatemala o Indonesia, donde los generales matan a la gente». Bueno, yo creo que hay que estar siempre alerta, sobre todo porque el sistema económico global es el mismo que entonces.

Si hay un pueblo que sabe que debe esperar toda la violencia posible por parte del enemigo, ese es el palestino. Una violencia exterminadora que, a diferencia de la desplegada por la Operación Aniquilación, se transmite en directo a todo el mundo.

Somos nosotros quienes, ante el Plan Gaza, no debemos ceder ni a la incredulidad ni al horror desarmado.

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